19. Sonriendo por todo, bailando por nada

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Capítulo 19.

Sonriendo por todo, bailando por nada


La gente está tan aturdida que hasta yo me contagio de eso. Hay personas llevando parlantes hacia el escenario, personas llevando cables, personas caminando de un lugar a otro con rostros de susto. Y yo estoy parado, viendo todo lo que conlleva una presentación. Es demasiado de ver, demasiado que asimilar.

—Es peor cuando comienza el concierto, te aseguro que hay muchas lágrimas de frustración y gritos de furia en la parte trasera. —Manuel está viendo conmigo a los trabajadores lograr lo mejor que pueden con el tiempo corriendo en su contra—. Esa es la magia que no ves que sucede en los conciertos.

—¿Estás acostumbrado a esto?

—Más de lo que imaginas. —Una señora llama a Manuel y él va para solucionar, algún otro problema que hay.

Voy por el pasillo delgado evitando pisar lo que hay en el piso, porque hay demasiados cables. Veo algunas bandas que tocarán con nosotros antes de que salgamos. Abro la puerta de mi camerino enarcando una ceja hacia la rubia sentada en mi sillón.

—Hola cariño —saluda cruzando las piernas con lentitud haciendo que mis ojos sigan el movimiento.

—¿Qué haces aquí?

—Te traje lo que me pediste. —Saca una funda de plástico pequeña con las pastillas que he estado ansiando hace horas. Extiendo la mano para tomarla pero ella aparta su mano—. Ah. No. Creo que me vas a tener que empezar a pagar.

Saco la billetera y le extiendo unos billetes. Ella sonríe y me ve como si fuera tonto.

—No hablaba de ese pago.

—No quiero nada contigo.

Sofía frunce la boca.

—¿Es por la pelirroja esa?

—Ten cuidado cómo hablas de ella frente a mí —gruño perdiendo la paciencia que tenía—. ¿Vas a darme o busco a alguien más?

Extiende la mano dándome la bolsa y le abro tragando unas cuantas. Tomo un trago de agua y me las paso. Me siento en el sillón tomando la guitarra para trabajar en esa canción de amor que aún no está lista. Subo la cabeza cuando veo a Sofía aún en el cuarto.

—Ya puedes irte.

Sus ojos saltan por la furia y sale cerrando la puerta con fuerza. Me acuesto en el sillón viendo el techo deforme con esas raras construcciones que se mueven como olas de mar. La puerta se abre y miro hacia atrás, hacia Margarita. Sonrío dejando la guitarra a un lado.

—¿Qué hacía ella aquí? —pregunta.

—Nada. —Subo los hombros sacudiendo la cabeza—. Vino a desearme suerte.

Frunce la boca, cerrando la puerta y tomando asiento frente a mi, en la pequeña sala que tiene la habitación. Lo que se ha vuelto mi camerino. Nunca imaginé que tendría uno, con mi nombre en la puerta haciendo más real esto.

—Agustín, me prometiste algo.

—Nunca te engañaría si eso es lo que te preocupa —digo abriendo los ojos por el tono de voz que emplea. La pelirroja niega la cabeza.

—Sé que no lo harías. Ni siquiera se me ha pasado eso por la cabeza. —Suspira tomando asiento a mi lado. Me recuesto, con la cabeza en sus piernas, sus manos se mueven entre las hebras de mi cabello. Eso provoca que la sensación de sus dedos se sientan mucho mejor de lo que alguna vez lo hizo. Es embriagadora la sensación.

Una canción de amor inacabada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora