Prólogo

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"Se supone que se debería decir Stygia, pero los viejos usualmente no podían pronunciarlo así. Al final, del disco central hacia dentro, nos acostumbramos a llamarla Ztygia. Cada vez que viene uno del filo, se le cae la mandíbula al escucharlo... pero no se atreve a cuestionarlo."

— Danny, el navegante, fallecido.

"Es absurdo, Mori. La guerra ha durado tanto, ¡y solo por un mineral cuyo uso es desaprovechado en desarrollar armas, muerte, y dolor! Sin lugar a dudas, no puedo culpar a los ciudadanos de Stygia por esto, no son quienes lo deciden. Pero son la excusa de Soldaya como nación..."

— Mykiyari, mi madre, asesinada.

"Stygia, ciudad bonita y todo eso, al menos para los turistas con plata. Supe con puro pisar las veredas fuera del filo dorado que Stygia era dos cosas: el centro económico del país, y una representación descarada de su hipocresía. Pero, ¿te imaginas en la frontera con Kur'pasha? ¡Un puto chiste!"

—Vareek, mi amigo del pelotón, finiquitado.

Creo que es importante guardar con estas páginas los nombres de estas personas, porque lo que fueron —y en mi corazón, siguen siendo —, son recuerdos y experiencias que en conjunto con eventos recientes me impulsan a desarrollar este manuscrito. No son tiempos que apremien a un testimonio en profundo detalle, y nuestras realidades no son tan distintas, porque para este punto, estamos todos en la misma situación. Al menos quienes nos vimos luchando por sobrevivir en Stygia.

Creo que, en el fondo, deseo relatar los hechos desde mi perspectiva con la intención de enviar una advertencia, asumiendo que esto no necesariamente haya acabado. Por eso, frente a una pantalla con luz nocturna y afectada por el insomnio, he decidido registrar los eventos de los últimos días y noches que condujeron a la caída de Stygia.

Soy una desertora, una vagabunda, y una soñadora. Mi nombre es Morrigan, y esta es mi verdad.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora