Del Otro Lado

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Presente

Dicen que Karsas acabó llorando de emoción mientras la sombra de la ciudad se tornaba diminuta a nuestras espaldas. El hombre de hierro finalmente se vio derrotado por la emoción compartida: la de haber sobrevivido a lo imposible. Durante las horas siguientes despertaba a ratos, y viéndome en el regazo de Eleanor, no tardaba en conciliar el sueño sonriente otra vez. Aunque la gravedad de mis heridas se veía reducida gracias a los cuidados de Vince, la fatiga que había experimentado antes me hubo alcanzado. Eventualmente coincidió que desperté mientras Eleanor yacía descansando serena, iluminada por la luna que lenta viajaba de vuelta a casa, como nosotras.

Cuando tuve suficientes minutos de consciencia, aproveché de agradecer a la señora Reetha, aunque ella no tardó en insistir que no me preocupase. No he sabido mucho más de ella, pero asumo que las experiencias sufridas en Stygia le hicieron pensar un poco más antes de elegir andar de turista en un país corrupto. Procuré darle mucha cháchara a Vince, quien con regularidad examinaba mis heridas. Era lo poco que podía ofrecer en agradecimiento por su esfuerzo, al menos en esos momentos.

Viajando a velocidades vertiginosas pasamos de la noche al amanecer, y gracias a ello, dicen que coincidimos varias veces con grupos de personas que afortunadamente no estaban de camino a casa. Salvo por quienes iban a la casa de algún ser querido, en cuyo caso Karsas fue quien tomó las riendas de la palabra. No era la primera vez que lo hacía para asuntos así. Los que se hallaban más cerca comentaron que durante la noche surgieron unos masivos pilares de luz de donde solía estar Stygia. Quizá nosotros no los notamos, ya que llevábamos todo menos esa ciudad muerta en los pensamientos. Aunque yo no le hubiese dado importancia de haberlo visto. Sabía lo que necesitaba saber.

La palabra se fue esparciendo poco a poco durante nuestros encuentros casuales en la carretera, y para cuando llegamos a la provincia más cercana, ya se hablaba de que algo misterioso había sucedido en la capital. No muchas horas después, con nuestros testimonios, sería evidente que todo ese paraíso desigual había desaparecido, devorado por las tormentas de arena susurraban algunos, por un accidente con la tecnología onírica apostaban otros. Al menos, ya nadie hablaba de la guerra con Kur'pasha.

Los líderes de la provincia nos recibieron y ofrecieron las atenciones necesarias, acto de solidaridad y lo que cualquiera haría viendo los rostros cansados que debíamos llevar. Afortunadamente, incluso con sus sistemas eléctricos antiguos y sus redes de generación pasada, lograron identificar y comunicar a los supervivientes con sus familiares en sus países de origen. Incluso la señora Reetha acabó por quebrarse cuando escuchó de nuevo la voz de su marido.

Eleanor y yo residimos en una habitación de cuidados intensivos durante unos días, aunque yo le insistía que lo mío era un asunto de cansancio extremo. Los médicos, sin embargo, no pretendían tomar mi palabra, porque se hallaban muy sorprendidos con la gravedad de mis heridas. Sobre todo, por el hecho de que estaban sanando a un ritmo absurdamente acelerado, comentaban. Asumía yo que algún beneficio tuvo mi trato con Eurídice, pero por supuesto, esas ideas han permanecido solo conmigo.

Dicen que pasamos alrededor de una semana en ese lugar, aunque para mí, reitero, fueron unos días. Atesoro mucho la imagen de Eleanor a mi lado, narrándome historias y manteniéndome serena durante las horas de consciencia. Su compañía me ayudó a recuperar las fuerzas, hasta que un día logré ponerme de pie. Nos reunimos con Karsas, quien para ese punto tenía noticias importantes.

En esencia, el gobierno de Soldaya había caído. Dada la estructura elitista de la capital, básicamente el único gobierno restante era el de cada provincia, respectivamente. Dicen que fue un largo tiempo de reestructuración, pero dados los testimonios que narramos, y gracias a la flexibilidad de las redes, un mensaje importante se repartió a través de todas las provincias de la desaparecida nación. Donde fuera que estuviesen, escasas como la humildad de Soldaya, las redes de éter fueron desmanteladas y enterradas lejos de la civilización.

No tardó en llegar auxilio de naciones lejanas, porque finalmente, la locura ambiciosa de Soldaya había acabado. Poco a poco hubo un retroceso en los avances tecnológicos, cierto. Pero las personas fueron las que dieron un paso adelante, sabiendo que el mundo que devolvían a las profundidades de las arenas no les pertenecía. No en ese momento. De esa forma es que eventualmente, bajo el consejo de Karsas y tras meses viviendo en una provincia que apuntaba a ser su propia nación, él, Eleanor y yo nos fuimos de esa comunidad en resurgimiento.

Agradecimos todo —proveímos apoyo en múltiples tareas comunitarias antes de partir— y ahora mismo, me encuentro en una habitación de hotel en Far'zai, en un pueblo costero llamado Port Eli'yan. Karsas y Eleanor se están asegurando de regularizar mi situación, y aunque suena difícil, me prometen que lograrán encargarse de que vuelva a estar registrada como una persona de carne y hueso. No un fantasma, ni una reina fantasma. Finalmente tendré una tarjetita que diga mi nombre, y podré registrarme legalmente como ciudadana de Far'zai tras años viviendo como un cadáver. Una promesa de solidaridad, asumo yo.

A pesar de mi optimismo, el proceso ha resultado complicado. Hice mi parte, expliqué mi situación, y más allá de eso, el resto queda en sus manos. Vince me habló hace poco, preguntando cómo estaba. Él decidió quedarse en las provincias independientes de la caída Soldaya, porque deseaba ayudar en el proceso de recuperación. Me asegura que las cosas van para mejor, ya que las ciudades y pueblos se están ayudando entre sí para alcanzar la estabilidad nuevamente. Alguno pensaría que todo eso son mentiras blancas, pero confío en su palabra, es lo que ganas con ser como él.

Algunas noches me ha costado demasiado dormir. Siento un profundo terror cuando la idea de que tal vez todo esto es un sueño me asalta. A veces, me asedia una necesidad compulsiva por enterrar mis uñas en mi piel, para demostrarme que no voy a despertar, porque esto es real. La adrenalina en más de una ocasión me hizo pasar por sustos que rozaban el infarto. Pero afortunadamente, he podido contar con Eleanor en esos momentos. Me obsequió un teléfono, y aunque es un poco avanzado para mí, he hecho lo posible por manejarlo.

Cuando comencé a escribir este manuscrito, me hallaba incapaz de conciliar el sueño. No estoy segura de sí sea importante la total fidelidad con los hechos que he narrado, porque dudo que alguien pudiera recordar todo eso con exactitud. Se ha convertido en un proceso catártico más que un testimonio, lo admito. Quizá lo hago para que un día tenga registro de haberlo hecho, haberlo logrado, aunque mi mente soñadora se confunda y me haga suponer que estoy en un largo e intenso viaje onírico.

Igual hay cosas que no he hablado. Cosas que, con la amargura que ello conlleva, he decidido mantener fuera de mis confesiones con Eleanor y Karsas. Porque quiero que recuerden que la pesadilla de Stygia acabó, junto con todo lo relacionado a ella. Así que me aseguro de mantener este documento como un secreto entre un hipotético tú y una somnolienta yo. Pero necesito ventilar el asunto de las secuelas.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora