Capítulo 19

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19.1 El legado de Orfeo

Recuerdo con fragilidad los instantes tras haber aceptado aquel destino. Eurídice lo agradeció con una honestidad que no podía ser sino humana. Caminó en dirección a las minas, reflejando el fulgor de su pena a través del acueducto. A sus espaldas se comenzaban a reunir de forma organizada y precisa las hordas de Ka'ban, viajando como un solo flujo hasta haber desaparecido junto con los últimos destellos. Me sorprendió cuando entonces, como susurrando directo a mi mente, Eurídice dijo algo más.

Todavía falta un paso, reina fantasma. Confío en que podrás concebir la voluntad y la astucia para superarlo.

Me quedé observando por varios segundos a las pesadillas que descendían a través de las grietas en la corteza, recordando la distancia que me separaba de Eleanor y Karsas. Mi pulso amainó lentamente mientras una paz desconocida dibujaba su símbolo en mis ojos. Sentía que comenzaría a llorar nuevamente, pero mi cuerpo ya lo estaba haciendo. La sangre que se deslizaba por mi piel seguía hirviendo, revelando los cortes y magulladuras que mi enfrentamiento con el guardián había dejado.

— Lamento haberte expuesto a tanto... pero te prometo que nunca más será necesario... — juré a mi cuerpo mientras lo abrazaba con ternura.

Un minuto después caminaba de vuelta a la superficie, iluminando el paso con el fulgor de mis circuitos oníricos. A veces confundía pequeños reflejos con destellos de luz natural, pero caminaba firme, porque mi regreso no acabaría hasta ver a Eleanor y Karsas de nuevo.

Durante el trayecto, pensé en cómo echarle en cara que había sobrevivido al señor de pocas expresiones. No aguanté, y sostuve la radio.

— Aló, Morrigan a planeta tierra...

¡¿Morrigan?! ¡¿Eres tú, cierto?! — gimió Eleanor en el parlante. Sonreí con una fuerza indescriptible al sentir su voz.

— Disculpa que me demorase tanto, teníamos un par de problemas de comunicación, se les soltó el perro...

¿Estás herida? ¡Le diré a Karsas que vayamos allá, llegaremos en nada, ¿está bien?!

Tranquila, cariño. No me pienso morir en el camino, estaré ahí...

¿Y las pesadillas? ¿Acaso no...?

— La pesadilla acabó, Eleanor. Ahora podemos ir a casa...

Oye, Miki... — dijo Karsas, tratando de ocultar su congoja fulminante. — ¡¿Por qué carajo no llamaste antes?! ¡Me tenías a punto de vomitar el almuerzo de dos semanas de tanta angustia!

— Lo lamento, K. Pero recuerda que soy una mujer tanto descabellada... jaja. ¡Jajaja!

Algo me lo dice, ¡algo me lo dice, joder! ¡No vuelvas a preocuparme de esa manera! Vamos en camino...

— Promesa, K. — le dije, observando la sangre en mi piel. — Nos vemos pronto.

Regresé a la última puerta, la última escalera, y el último respiradero. Asomar al fulgor de la luna me sentó más cálido que de costumbre, y las pesadillas que pasaban corriendo a mi lado no cambiaron dicha sensación. Eran tantas que no pretendía contarlas, pero todas me dedicaban una mirada rápida mientras furtivamente seguían de largo, posiblemente hacia las grietas en la corteza. Tenía ganas de levantarles el dedo medio en ambas direcciones, pero ya lo había hecho. A mi manera.

Cuando observé el vehículo todo terreno asomar tras una esquina, acercándose lenta y metódicamente, dejé salir una nube de calor que pudo perfectamente decorar el cielo nocturno. Las luces me resultaron cegadoras, a pesar de no tener casi intensidad en comparación al fulgor espectral. Quizá por eso, bajar la mano y ver la silueta de Eleanor corriendo hacia mí fue algo tan surreal.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora