Capítulo 16

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16.1 Percepción de plata

Creo que nunca dormí tan bien, tan honesta, como esa noche. Al despertar sentí la cercanía de alguien descansando sobre mi cintura, y cuando dirigí mi mirada a la izquierda, era Eleanor, que yacía acurrucada a mi lado. Se hallaba durmiendo pacífica y hasta risueña. Podía ver rastros de una alegría eufórica que hubo sentido poco antes.

Cuando recordé que bajo las sábanas yacían nuestros cuerpos desnudos, recuerdo haber pensado que no iba a poder contener las carcajadas. Hice mi mayor esfuerzo por no llegar a perturbar su letargo, aunque quizá no le molestaría despertar por mi voz. Le di un beso en la frente, y acaricié sutilmente su cuerpo que tan dulce protegía al mío. La observé por varios minutos, pensando en algo que ya no era una idea.

Si había un lugar que fuese comparable al cielo, algo me decía que se les resbaló el milagro que yacía en Eleanor.

Sin embargo, ya no necesitaba un cielo. Estaba descansando de una travesía por el inframundo sobre la nube que ella me había obsequiado. No podría ni con intención envidiar una forma de paraíso terrenal.

Los cabellos del amanecer llegaron a mi rostro, alzándose sobre la colina de concreto en el horizonte. Las nubes se tiñeron de multitud de colores antes de converger en un bonito celeste manchado de blancos casuales, luego surgió un sonido que sentía distante pero afable. Pájaros, cantando ante la corona del amanecer. Me daba curiosidad, así que me levanté con sumo cuidado para no despertar a Eleanor.

Asomé al ventanal de la habitación, y observé que los edificios antaño bañados en polvo y decadencia yacían cubiertos de verdor, flores y luz. En las puntas de los grandes rascacielos iban a crecer masivos cúmulos de raíces, ramas y hojas. En las calles, poco a poco libres de penumbra, corrían preciosos pastos que bailaban en el flujo del viento. Árboles preciosos decoraban los espacios que la tragedia invadió, de mil colores, pero todos libres. Coronando aquel paisaje sin igual, la mirada del sol hacía brillar como diamantes el hielo de una noche larga, finalmente dando paso a una nueva primavera.

Me senté en el costado de la cama, escuchando el sonido de la vida que resurgía desde la ceniza, sonriendo desde el fondo del alma. Creo que mi felicidad en ese momento no es una que pueda ser cuantificada, y apenas podría hallar palabras para describirla. No pensaba en esos instantes como los últimos, sino como el primero de muchos que vendrían. Recordaría dichas memorias con ese aroma floral que bañaba nuestro pequeño descanso en el cielo. Aunque fuese una ensoñación.

De pronto escuché un dulce gemir, por lo que me percaté de que llevaba bastante tiempo observando por el ventanal. Manos somnolientas viajaron coquetas sobre mi torso desnudo mientras apoyaba su mentón en mí hombro, invitando a nuestros cabellos a componer un telar cariñoso.

— Hola, Morita. — susurró en mi oído.

— Hola, instructora de baile. ¿Le gustaría tomar una taza de té?

— Un tazón más bien. Es curioso, sabes. Anoche, mientras yacía acostada en tus brazos, no concilié el sueño antes que tú. Pensaba en algunas cosas, o varias, quizá muchas cosas.

— Imagino que tu ladrillo sin práctica era una de ellas.

— Ese ladrillo sin práctica era la pieza fundamental de la casa de mis pensamientos, Morrigan. Pasé así por un largo rato, imaginando, hasta que de pronto me quedé dormida... Espero no haberte cortado la circulación, ¡jiji!

— Para nada, cariño. Si quieres, podemos volver a ello. Puedo sentir la intención hiper romántica de tus manos. Y de tu voz... — le susurré, mientras dirigía mi mirada hacia ella. — Y de tus labios.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora