Capítulo 3

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3.1 Guerrilla en la vía láctea

Desperté poco antes del amanecer, era el día en que comenzaría el desastre. Quizá por eso mismo, sintiéndome algo extraña, salí a caminar, bajo ese cielo sin luna ni sol. Me hacía sentir en calma usualmente, pero no esa madrugada. Algo estaba haciéndome recordar con suma crudeza y desagrado las mil y una instancias horripilantes que me grabó en la cabeza la guerra. El mundo es pequeño, muy pequeño, al menos cuando en tus ojos, toda estructura se reduce a puntos estratégicos en caso de.

Me senté junto a la acera, ignorando el frío en mis piernas, y dediqué varios minutos a observar aquel cielo estrellado. Stygia era un antro impar, insisto, pero las pocas luces del barrio me resultaban útiles a la hora de disfrutar de la bóveda nocturna. A veces, soñaba despierta, imaginando que mis manos movían las estrellas. Quieres creer que puedes hacer algo así, porque suena increíble. Más bajo la influencia de los recuerdos intermitentes, los fusiles volverían a mi mente, junto con las incontables cosas realmente increíbles que hice con ellos en mi poder.

Años atrás, durante la guerra en la frontera con Kur'pasha, manipulaba unos dispositivos experimentales horripilantes. Armas producidas con el mineral que convirtió a Stygia en capital y a Kur'pasha en un objetivo prioritario. Recuerdo el fulgor que emanaban los cañones al disparar los impulsos, la energía que quemaba la carne de nuestros enemigos, el condicionamiento mental que intentaban encajar en mi psique. Pensaba que quizá no fue moral moler la mandíbula del bastardo que apuñaló a Jay, pero después recordaba que ya me había manchado de sangre y cenizas por razones menos personales.

A veces me preguntaba si eso era tal vez el verdadero condicionamiento. Creer que estás tan en la mierda que hundirte un poco más realmente no afecta en nada. Eso aplicaría para gran parte de la población del disco central. Así que, al final, dejaba de lado esas ideas. Lo hecho, hecho está. Así mismo fue que logré ganar la batalla mental contra mi memoria, y logré conciliar un profundo sueño.

Usualmente, durante el letargo no solía ver más que fragmentos inconexos de mi pasado. A veces, cosas que claramente no habían sucedido fuera del descanso.

Pero esa noche, soñé con un móvil perpetuo.

3.2 Sirenas, cañones, y tiempos modernos

Me despertó el ruido desagradable de un centenar de alarmas tanto anticuadas, haciendo un estridente eco desde la entrada del túnel. Gritaban muchos, muchos vehículos, por lo que pensé que podía tratarse de un temblor. Eran relativamente comunes de hecho, pero nunca tan intensos. Sin embargo, no sentía actividad sísmica en absoluto: algo más desató ese mar de alarmas, y según mi experiencia, pasaría un buen rato hasta que volviera el silencio. Cuánto lo anhelaba, porque el ruido me hacía doler la cabeza.

Dicho silencio no volvió, así como el ritmo de mi corazón no se redujo. Conté por lo menos unos diez minutos de bullicio en la superficie, y acabé por caer en la curiosidad de asomar fuera de mi refugio. Una vez abandoné el filtro sonoro que suponía el túnel, caminé apenas unos cuantos metros sobre la línea antes de percatarme de que la situación no era lo que un temblor provocaría. Los disparos eran imposibles de cuantificar, iban en todas direcciones, y los gritos de los civiles se mezclaban de forma macabra con las sirenas distorsionadas.

Algo terrible estaba sucediendo, y me separaba de ello la pequeña distancia entre la vieja línea férrea y las primeras poblaciones. Debían de ser algo así como las nueve u ocho de la mañana, pero podías ver los destellos de los cañones viajar a través de los muros y grafitis. Era demasiado intenso para ser una riña, demasiado masivo para ser solo una pelea entre bandas. Era una guerra. Y una masacre.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora