17.1 El canto pétreo
En cuanto observé a mi alrededor, sabía que me hallaba soñando. Lo podrías comparar imaginando que una noche cualquiera es estar en la costa, mientras que las experiencias que me asaltaban equivalían al fondo marino. Salvo por la ausencia de opresiva oscuridad, entendí que tendría que ser resiliente ante las visiones que pudieran darse.
Estaba en la cama seguramente, pero sin motivo alguno, me había trasladado al balcón del departamento. A través de los roces en la altura, quizá a causa del clima nocturno en un desierto en potencia, había ausencia total de polvo. Las calles yacían tan miserables y torturadas como antes, pero al menos podía distinguir los pequeños detalles. Mi pijama —y sobre todo mi cabello —no se acabaría llenando de restos.
Cuando escuché la ventana abrir y cerrar a mis espaldas, supe que no era Eleanor. Asomaron las manos de aspecto algo curtido de Jay, y su cabello naranja producía lazos espectrales en el mar de viento. A pesar de que fuera un engaño, pensaba en lo bella que era y sería, por cuanta memoria pudiese rescatar. La sonrisa que intentaba imitar la humanidad perdida me hizo sentir pena.
— Hola de nuevo, Morrigan. O como decían las personas que inventaron ese tipo de nombres, reina fantasma.
— Agradecería saber tú nombre. Y que sea lo que sea que pretendes, no me saques de aquí otra vez. Ten un poco de empatía con la persona a la que visitas en sueños sin su consentimiento...
— ¿Mi nombre? Bueno, hay una estación de tren que parece advertir que voy a dar un paseo. Claro, dicho paseo fue por las entrañas del inframundo, pero me parece un detalle bonito.
— Eurídice... ¿o me equivoco?
— Acertaste. Tampoco era tan difícil, menos para una persona que tan solo le tomó un par de intentos mantener el control de su cuerpo onírico.
— Debes saber qué es el móvil perpetuo también. Sería la coincidencia más desesperante que mágicamente el susodicho apareciera en las minas. Minas que, si no mal recuerdo, están vinculadas estrechamente con la extracción del mineral...
— Éter, le dijeron alguna vez. Afortunadamente ese nombre fue el que sobrevivió, y advirtió a las generaciones siguientes. Aunque viendo que otra nación vino a intentar algo imposible, en vez de crear el móvil perpetuo, asumo que materia oscura no era tampoco una mala etiqueta...
— Los supervivientes que Karsas encontró le decían éter. Supongo que sabes por qué, ya que dices que el nombre sobrevivió. ¿Sobrevivió a esta... erradicación?
— Sobrevivió a su propia ignorancia. Adquirieron sabiduría de la tragedia, y decidieron proteger a toda costa la frontera. Y entonces, un día, una nación excava lo suficiente para hallar un misterioso y precioso mineral. Sin imaginar que apenas podrían dar un par de picotazos antes de que el augurio surgiera...
— ¿Algún nombre que pueda reconocer? ¿Aparte de Soldaya?
— No. Lo restante de esas naciones son los desiertos que a través de los milenios han devorado la superficie de este planeta. Ah, la amargura de comprender. Emoción imposible de conciliar con serenidad.
— El acueducto no era parte de la vieja Soldaya, imagino...
— Me parece que no necesito tantos secretos contigo. Siento motivos particulares, quizá fuera de mi jurisdicción, para contactarte. Pero creo que ella sabrá entender mi profunda y honesta fascinación por ti. ¿Te gustaría escuchar una pequeña... historia?
— Adelante. Solo no me saques de lo que sea que es aquí.
Eurídice, como vine a recordar por instinto, posó sus manos sobre el balcón, como sosteniendo el aroma a decadencia que bañaba la superficie. Había algo en ella, algo que me daba lástima. Como si a pesar de haber visto tras el velo, intentara por todos los medios demostrarme su humanidad. Mi sensación inicial decía que era una humanidad fingida.
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El Sueño de Eleanor
Roman d'amourMorrigan es una ex militar cuya vida la ha llevado a ser vagabunda en una ciudad desigual y corrupta. Perseguida por los traumas y un millón de arrepentimientos, se ve desconcertada cuando una catástrofe comienza a asediar las calles. Tras descubrir...