Capítulo 7

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7.1 Historias de agua, canales, y transversales

Tras descansar aproximadamente una hora, me levanté y le indiqué a Eleanor que tocaba seguir andando. No fue fácil. Me daba miedo la chance de que después de todo eso, no quisiera seguir viajando. Para mí, las consecuencias físicas serían simplemente tener que regresar, asumiendo que no la convenciera de seguir. Las emocionales eran las que me preocupaban.

— Oye, Morrigan... — su voz me hizo sufrir un micro infarto.

¿Sí?

— Lo que pasó en la guerra, las personas a las que mataste..., todo eso, no lo hiciste por disfrute, ¿cierto?

— Si estuviese contenta de las cosas que hice, posiblemente sería muy distinta. Si una versión de mí sintiera orgullo de eso, la buscaría y la dejaría inconsciente a charchazos.

— Lo imaginaba. Por tus ojos. No expresaban nada salvo tristeza mientras me contabas todo eso. Me es imposible imaginar lo que fue pasar por ello, pero, eh...

— ¿Qué estás...?

Eleanor me envolvió en sus brazos. Su calor me hacía recordar cosas. Por eso mismo, no la rechacé. Me quedé esperando, sintiendo su aroma a shampoo floral, y el fantasma distante de un perfume dulce. Deseaba abrazarla de vuelta, pero, no quería que se contagiase de mi olor.

— Cuando lleguemos al filo, a mi hogar, haré lo posible porque no debas pasar por algo así, nuevamente...

Sabía que lo posible era lo menos. Durante los entrenamientos, acabé coincidiendo con mi mente en la idea de que ese era mi destino. Huir de asear la casa. Huir de casa. Huir del resto de los niños soldado. Y eventualmente cambiar la perspectiva. Comenzar a luchar por mi pellejo, pelear contra los fuertes y quitarles sus tronos, y eventualmente, enfrentar a lo desconocido.

¿Acaso no parecía ser mi propósito? Ser la calma en la tormenta, y ser la fuerza de la tormenta. Hasta el día anterior, no había vuelto a pensar en una vida hogareña. Me había predispuesto a sobrevivir en las calles del disco central, y algún día, estar a la altura de mi "estado: fallecida" en el registro. Ya no muchas cosas tenían valor, y tampoco objetivo.

Dado que mi cabello era bastante largo, ya que no me molestaba en cortarlo, ello logró disfrazar cualquier rubor que pudiese mostrar durante la siguiente hora de viaje. Pero sabía que ya llevaba unos tres días sin una ducha, y no era correcto andar en esas condiciones junto a Eleanor. Me incomodaba.

Los canales eran un paisaje recurrente más adelante, y de entre las cosas que llevaba en el bolso, había unos sachet de shampoo y hasta acondicionador. Jabón no, lamentablemente. Pero un poco de agua y olor a yogurt con avena sería más que suficiente para eliminar mí paranoia.

— Espera, ¡espera! ¿Acaso esa es agua limpia?

— Según perrete, lo es. — le señalé.

— Ah... pero, es perrete. Tomaría hasta agua de la taza del baño, creo...

— Porque esa agua está limpia. El cagadero de alguien más se convierte en un regalo de Dios cuando llevas días vagando por el desierto sin una gota de agua. No te preocupes, sé que luce algo turbia, pero ya la he comprobado antes.

— ¿Bebiste de los canales?

— No me vas a dejar ocupar esta agua cristalina, ¿cierto...?

Me quedaba claro que difícilmente esa agua realmente estaría del todo limpia. Pero no iba a encontrar una ducha en kilómetros, si es que no era la de Eleanor. Así que, aunque intentó persuadirme con el peligro de que hubiese parásitos microscópicos, le confesé que no había bebido dichas aguas realmente. Y que tampoco tenía intenciones de hacerlo.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora