Capítulo 9

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9.1 En tierra de nadie, en tierra de vagabunda

No podía reconocer la ciudad cuando asomé a la superficie. Eleanor probablemente no conocía ese lugar, probablemente, por lo que tampoco reaccionó con la angustia que yo. Había estado alguna vez entre esos edificios, las cortinas desgarradas flameaban en lo alto, y el reflejo de miles de escaparates y ventanas preciosas se veía consumido bajo la fuerza arrolladora de las nubes de polvo. Se suponía que era temprano, pero parecía como si faltaran minutos para el crepúsculo.

Eleanor me recordó, casi teniendo que gritar mi nombre para superar el canto fantasmagórico del viento, que había subido por una razón aparte de mirar. El impacto que me produjo el paisaje decadente casi me hizo olvidar que seguía respirando partículas cadavéricas. Me tuve que esforzar un buen poco, pero logré distinguir soldados con el uniforme soldayano a unos cincuenta metros de distancia, del otro lado del parque por el que salimos. Miré a Eleanor, y sin palabras, supo que tocaba correr.

— ¡Concentración, serenidad, somos el ojo del huracán! — exclamaba el que parecía ser su líder. Corrí tan rápido como pude, no se percatarían de nosotras dado que se hallaban enfrentando un grupo considerable de distorsiones. Estaba a unos diez metros de distancia, apenas podía respirar, pero alcancé a ver una de esas cosas asomando en el segundo piso de un edificio cercano.

— ¡Arriba, tercera ventana a la derecha! — grité, rogando a los sueños que me hubiesen escuchado. Rápidamente uno de ellos reaccionó y apuntó hacia arriba, alcanzando a eliminar a la distorsión con una ráfaga rápida.

Al segundo que la forma sombría se disipó, los cañones apuntaron en mi dirección. No podía culparles, era posible que fuéramos las únicas supervivientes que hubiesen visto hasta entonces. Levanté mis manos, y Eleanor no tardó en imitar.

Aunque al comienzo no fueron exactamente amables. Al primero que se me acercó —el rostro parcialmente cubierto por una máscara de gas —le señalé que, en definitiva, solo tenía un arma. Permití que la examinaran, para evitar cualquier malentendido.

Cuando la puerta del café se cerró, sentí como si tuviera polvo en los oídos. Nos refugiamos rápidamente, porque como cualquiera en esa ciudad, querían hacer preguntas. No me pretendía arriesgar a confesar el hecho de que era una desertora, claro. Poco a poco, se fueron quitando las máscaras, porque ahí dentro se estaba a buen resguardo del polvo.

Tienes que estar de coña... — expresó con elegancia el líder.

— Vaya, cuánto tiempo... — respondí, al hombre que se encargó de salvarme de ser asesinada, escondiéndome en la escuela militar.

9.2 Al filo de la nostalgia

Karsas no era el sujeto más honrado en lo suyo, pero sabía que una promesa era una promesa, y un favor algo a lo que ofrecer su propia sangre. Me pregunto qué hubiese pensado Mykiyari si supiera que después de tantos años, encontraría a quien —para ese punto asumía — fue su fuente para temas militares.

Era evidente que andar hablando de nuestro antiguo vínculo no era ideal frente a los demás soldados, pensaba yo. Sin embargo, casi como un honor a mi madre, me otorgó información importante.

— El ejército se fue a la mierda, Morrigan. Lo que sea que ocurrió logró poner todo patas arriba, no hay organización, y de contraatacar ni hablar.

— Espera, Karsas... estamos hablando de la Morrigan, ¿o no? — preguntó uno de los soldados. Había cinco en total.

— ¿La que supuestamente murió protegiendo valientemente a su equipo de una emboscada en la selva? Esa fue una historia bastante creíble, sus compañeros tampoco estuvieron en desacuerdo con el concepto que digamos.

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora