Capítulo 5

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5.1 Tormentas de polvo, ojo del huracán

Esa noche básicamente no dormí, pasé mirando a la nada mientras las ensoñaciones me impedían cerrar los ojos. Podía tener relación con la catástrofe y con los efectos que un arma onírica tiene sobre la psique. Puedes ser fuerte, muy fuerte, pero en el momento en que crees que eres lo más fuerte, expones debilidad. Por eso crucé una sola vez el límite, al punto de caer inconsciente a causa de la potencia de fuego.

Me levanté sabiendo que no sería un día fácil. Ninguno lo es exactamente, pero este tenía un añadido. Por poco olvidé que Eleanor era quien dormía en mi cama, mientras intentaba explicarme el por qué amanecí en el suelo. Tomé el abrigo maloliente, y preparé la pistola que hube guardado del día anterior. Antes de salir, hablé con Eleanor.

— Oye, oye mujer, necesito que estés despierta.

— ¿Eh...? ¡¿Dónde, dónde estoy?! — sus ojos revelaban que había dormido casi por fatiga. Física y emocional.

— A salvo, aunque estuviste llorando, ¿cierto?

— Un poco. Pensaba en algunas cosas, nada grave...

— Si tú lo dices. Voy a ir a echar un vistazo, así que...

Eleanor no era exactamente una persona que conociera aún. Y yo no era una que pudiese confiar en todo mundo. De todas maneras, si la situación empeoraba no me podría quedar en esa vieja línea. Le confié la llave de mi candado sabiendo que, si decidía hacer una tontería, simplemente me largaría de ahí. Ella difícilmente podría lidiar con una distorsión.

Es extraño como algunos dejarían su vida ciegamente en manos de otros, porque no comprenden los riesgos que ello implica. Lo es para mí, porque apenas me lo he permitido. En cambio, procuraba dar esa tranquilidad a otros. El viejo Danny lo sabía, lo comprendía, y lo agradecía. Me hubiese gustado poder hacerlo también, pero no solo desconfiaba de la gente. Desconfiaba de la vida.

Subir a la superficie fue como asomar a un mundo diferente. No tardé en volver al refugio y recoger mi vieja bandana, porque ahí fuera había polvo, mucho polvo. Intentaba distraerme del hecho de que, a medida que exploraba visualmente las calles desiertas, estaba también respirando a las personas ausentes.

Eso desapareció por completo de mi mente cuando me percaté de que había más amenazas que antes. Nunca vi más de una, y por supuesto, ello me causó una sensación de temor muy, muy extraña. Parecían andar explorando los techos y los lugares en que podría esconderse alguien, con cierto grado de astucia. Las distorsiones estaban aprendiendo.

— No hay nadie afuera. — le señalé cuando regresé al refugio. Eleanor respondió con la, comprensible, incredulidad humana.

— ¿Nadie, literalmente?

— Nadie. Posiblemente no había una forma de responder, debió ser alguna forma de arma experimental.

Le seguía mintiendo, pero —aunque pudiese explicarle mi versión —no quería que confiase en que podría garantizar su seguridad. A menos que del cielo fuera a caer un arma onírica, eso hubiera sido una mentira mucho peor. Si la situación se daba en la superficie, su mejor opción sería huir.

El sol cayó sobre los edificios en el horizonte al ritmo de siempre, pero ese día pareció ser particularmente lento. Conversé con Eleanor acerca de la comunidad que solía haber en el barrio del disco central, de mis experiencias y anécdotas que no eran tan llamativas. Ella no rechazó la cháchara, sino que se deleitó contándome acerca de cosas que estudiaba y planes que tenía en mente.

— Creo que el problema con la desigualdad en Stygia, aunque en realidad es en todo el país, tiene que ver con la empatía. La forma en que mi familia habla del disco central es como si este fuera otro mundo, y yo les digo "claro que lo es, ¡es lo que han intentado forzar desde hace mínimo veinte gobiernos!" pero acabo echando a perder la cena...

El Sueño de EleanorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora