CAPÍTULO 21: Tirar, Aflojar y... ¿Soltar?

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LEANDRA BROOKS:

La aguja del velocímetro subió peligrosamente a los 35 kilómetros por hora, y aún así, el profesor a mi lado ya parecía estar a punto de sufrir una embolia. A ver, no es como si estuviera corriendo una carrera de Fórmula 1; ni siquiera estaba cerca de rebasar el límite de velocidad de un geriátrico.

—Leah... —la voz de mi profesor, el señor Davies, un hombre que siempre parecía estar a un mal café de una crisis nerviosa, sonó tensa—. Te he dicho que pongas ambas manos en el volante. ¡Diez y dos! ¿Por qué es tan difícil?

Le lancé una rápida mirada.

—Sí, sí, diez y dos... Lo tengo —respondí, imitando su tono con un susurro mordaz. ¿Cuántas veces necesitaba escuchar esa maldita frase? ¿Diez y dos? ¿En serio? Conducir no es abrir una caja fuerte.

—Y frena antes del paso de peatones, no en el paso de peatones —añadió, golpeando ligeramente el pedal del freno desde su lado. Tenía esas gafas finas y rectangulares que le daban un aire de águila hambrienta y cansada, lo cual, sospecho, es lo que sentía cada vez que alguien como yo intentaba aprender a conducir.

—Es increíble que haya gente que quiera hacer esto por gusto propio —comenté, más para mí misma que para él, aunque lo suficientemente alto como para que me escuchara. Al fin y al cabo, ¿quién decide que lidiar con el tráfico, semáforos, y peatones suicidas es un pasatiempo divertido?

Pero la joya del día no era Davies y su constante vibra de "estoy a un segundo de saltar por la ventana". No. El verdadero premio estaba sentado detrás de mí.

Kay Bance.

—Vamos, Leah, no es tan difícil —su voz resonó desde el asiento trasero, con esa calma irritante que sólo alguien como él puede manejar. Puedo sentir su mirada fija en mi nuca, casi como si pudiera ver lo mal que lo estoy haciendo solo por la tensión en mis hombros.

—Gracias por tu apoyo moral, Kay —dije, haciendo un esfuerzo supremo por no soltar un bufido. ¿Cómo era posible que esto estuviera pasando?

Pregunta seria. ¿Cómo terminé aquí, en una práctica de manejo, con Kay Bance burlándose de cada movimiento torpe que hacía?

Ah, sí, claro, porque mi vida siempre ha sido una mezcla de comedia y tragedia.

Para entenderlo, es necesario que volvamos a unos días atrás.

Lo odiaba, pero a la vez, había algo en él que me hacía querer acercarme más. La confusión me carcomía. ¿Cómo podía pasar de estar furiosa con él a querer llegar a más que un beso intenso? Aquella noche, entre tragos y risas, su mirada me buscaba. Cuando nuestras miradas se encontraban, sentía que el tiempo se detenía y el mundo a nuestro alrededor desaparecía. Era ridículo, lo sé. Pero así es como funcionan las cosas con Kay.

La tensión entre nosotros era palpable, como una cuerda tensada al límite, lista para romperse. Esa noche, después de meses de evasivas y sonrisas nerviosas, decidí dejar de evitarlo. La idea de enfrentar lo que había entre nosotros se sentía aterradora, pero, en ese instante, también liberadora. ¿Qué era lo peor que podía pasar? Podríamos arruinar nuestra enemistad, tal vez, o podríamos descubrir que había algo más entre nosotros que meros juegos de atracción. Pero, de alguna manera, la incertidumbre se sentía emocionante, y el deseo de descubrirlo era más fuerte que mi miedo. No podía evitar pensar en él con aquella chica, esa noche en la fiesta. Pero pensar que podría tenerlo de la misma forma, o de otras formas, hacía que ese pensamiento se esfumara. Por más tóxico que suene.

MÁS QUE ENEMIGOS ©  [Reescribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora