CAPÍTULO 23: La Ironía de las Conexiones.

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¡Hola querido lector!

Pasaba por aquí para agradecerte el apoyo que estás dando, cada voto, comentario o lectura hace que mi corazón se acelere (como el de Leah cuando está con Kay XD)

Gracias por tanto amor y apoyo en cada capítulo.

Sin mas, ¡Disfruten la lectura! <3


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KAY BANCE:

Eran la una de la mañana. La sala de espera de un hospital no es precisamente el lugar donde uno se imagina pasar la noche, pero ahí estaba yo. Blanco, estéril, con ese olor a desinfectante que se mete en la cabeza y no te suelta. Lo peor no era el lugar, sino la tensión que se sentía en el aire. Era de esos momentos en los que el tiempo parece volverse espeso, como si avanzara en cámara lenta. Leah estaba sentada a mi lado, callada. Demasiado callada para ser ella.

Normalmente, Leah tenía esa energía que te arrastraba, ese aire de sarcasmo que nunca falta, pero esta vez estaba completamente apagada. No podía dejar de mirarla. Esa Leah, la de los comentarios mordaces y las sonrisas desafiantes, no estaba. En su lugar, había una chica asustada, perdida. Y eso me estaba afectando de una forma que no esperaba. Quería hacer algo, cualquier cosa, pero las palabras se me quedaban atascadas en la garganta.

Miré a Zack, su hermano, que no estaba mucho mejor. Caminaba de un lado a otro, con la mandíbula tan apretada que parecía que sus dientes iban a romperse en cualquier momento. Él era el mayor, pero claramente no sabía cómo lidiar con todo lo que estaba pasando. No es que yo supiera más, pero de alguna manera, me había convertido en el tipo que los llevó al hospital cuando su madre se desmayó en mitad de una pelea con su padre. Un padre que, por lo que entendí, no había visto desde que Leah tenía diez años. Y por cómo se pusieron las cosas, parecía que tampoco lo extrañaba.

Estábamos ahí, tres almas perdidas en un hospital, esperando noticias. Cada vez que alguien pasaba, Leah se tensaba un poco más. Su respiración se volvía más rápida, sus manos empezaban a temblar, pero no decía nada. No quería ser la primera en romper, y lo entendía.

— Oye... —empecé a decir, rompiendo el silencio, aunque sin tener ni idea de qué decir después—. Deberías comer algo. No has comido en horas.

Leah ni siquiera me miró. Seguía perdida en su mundo.

— No tengo hambre, Kay —murmuró.

Esa era su respuesta automática, lo sabía, pero no podía dejar que se desmoronara ahí mismo.

— Vamos, Leah, no seas cabezota —insistí, usando ese tono que solía sacarle de quicio. A veces, cuando no sabes qué hacer, simplemente haces lo que mejor te sale, ¿no?—. Cinco minutos, te traigo algo rápido y luego seguimos esperando. Tu madre estará bien. Te lo prometo.

Ella levantó la vista, finalmente, y la forma en que me miró casi me destruye por dentro. Sus ojos estaban llenos de lágrimas que no dejaba caer, pero la vulnerabilidad en ellos era algo que no había visto antes. Leah nunca dejaba que la vieran débil. Nunca.

— ¿Cómo puedes prometerme eso? —su voz temblaba, y no era una pregunta desafiante, sino genuina. Sabía que no podía prometerle nada, pero ahí estaba yo, prometiéndoselo de todos modos.

No tenía una respuesta. Quería ser el tipo que le dijera que todo estaría bien, que las cosas se arreglarían, pero ¿quién era yo para saberlo? Aun así, no podía dejarla sola en eso.

MÁS QUE ENEMIGOS ©  [Reescribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora