CAPÍTULO 27: Más Allá del Volante. Confesiones y Decisiones.

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LEANDRA BROOKS:

El año comenzó de una manera extraña.

No hablo del clásico "propósitos que no cumpliré" ni de la inevitable resaca emocional del último semestre escolar. Hablo de ese beso de Kay en Nochevieja, un gesto que fue tan confuso como inesperado. Lo que debería haber sido un simple adiós al año se convirtió en una bomba emocional. Pero, en lugar de enfrentar eso, mi mente optó por obsesionarse con algo que parecía más urgente: Era su novia.

Justo después de ese beso, Kay me sorprendió con una propuesta que me dejó aún más desorientada. Mis pensamientos se detuvieron en seco. Mi corazón se aceleró y una oleada de emociones me invadió. Era el tipo que siempre había encontrado molesto, y ahora me estaba pidiendo algo más.

La idea de ser su novia me llenó de una extraña mezcla de alegría y miedo. Me asaltaron recuerdos de risas compartidas y miradas furtivas, pero también de su arrogancia y la forma en que siempre había jugado con los límites. ¿Podría manejar lo que significaba estar con alguien así?

A pesar de mis dudas, la emoción de saber que él quería estar conmigo me llenó de calidez. Era un deseo de conexión, de pertenencia. Sentí que una nueva etapa se abría ante mí, tan aterradora como emocionante. Sin embargo, una pequeña voz en mi cabeza me advertía que esta aventura podría ser más complicada de lo que había imaginado.

Mientras me preparaba para el examen de conducir, mis pensamientos estaban divididos. Una parte de mí se sentía libre y lista para enfrentar cualquier desafío, mientras la otra estaba sumida en la confusión de lo que significaría realmente ser la novia de Kay Bance. Tenía que concentrarme en el volante, pero mi corazón seguía en esa conversación, tratando de averiguar si realmente era capaz de dar ese salto hacia lo desconocido.

Volviendo al carnet de conducir, ese pequeño trozo de plástico que representa la independencia, pero que, seamos sinceros, también es una tortura mental. ¿Qué mejor manera de empezar el año que con la presión de no estrellar un coche frente a un examinador que seguramente ya lo ha visto todo? Era un pensamiento divertido... o lo hubiera sido, si no estuviera a punto de tener un ataque de pánico.

Ahí estaba yo, sentada en el coche de la autoescuela, agarrando el volante como si mi vida dependiera de ello. Mi instructor, el señor Davies, me observaba con una sonrisa tenue desde el asiento del copiloto. ¿Sería capaz de intuir que estaba a punto de perder el control de mis nervios? Ciertamente, ya no sentía las piernas ni las manos, y mi corazón palpitaba tan rápido que casi podía escuchar su eco.

—Leah, es solo otro día de práctica —me dije a mí misma, en un intento desesperado de calmar el caos en mi cabeza. Como si repetir esa frase pudiera evitar que estrellara el coche contra alguna farola.

Arranqué el coche, y el examen comenzó. Al principio, mis manos temblaban tanto que pensé que Davies iba a ordenarme detenerme por mi propio bien. Pero, después de unos cuantos metros, algo hizo clic. El coche ya no se sentía como una bestia indomable; sorprendentemente, el volante dejó de parecer un enemigo.

Cometí algunos errores, claro; no soy perfecta (aunque a veces me gusta fingir que lo soy). Pero nada catastrófico. El examen terminó en lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, y antes de darme cuenta, estaba de vuelta en el aparcamiento, con Davies mirándome con una expresión que no pude descifrar de inmediato.

—Bien, Leah... —empezó, mientras yo contenía la respiración. Sus palabras parecían arrastrarse en el aire—. Aprobaste.

Lo miré fijamente, parpadeando como si no hubiera entendido sus palabras.

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⏰ Última actualización: 3 hours ago ⏰

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