DESDE LA CUBIERTA, Mera podía sentir el cálido viento salado removiendo su cabello con impaciencia acompasado con la velocidad del barco que disminuía lentamente, el oleaje se volvía más salvaje debido a que se aproximaban más a la costa y a lo lejos, ella ya podía ver la silueta de aquella ciudad abandonada por los santos, desde donde estaba, lucía diminuta, casi poco imponente, solo un punto en el mapa.
Pero la chica sabía que conforme se acercaran más, aquella ansiedad y miedo que albergaba en su pecho se intensificarían, bastaría con poner un pie en el muelle y sus piernas temblarían, sin embargo, ella no quería pensar en eso, prefería imaginar la sensación que le traería caminar por una superficie que no se meciera debido a las olas, su estómago agradecería entonces, el poder pisar tierra firme, especialmente porque había pasado la mayor parte del tiempo de su viaje con la cabeza metida en un cubo cerca de la proa.
Las náuseas se habían aferrado a su cuerpo recordándole que nunca había sido muy fan del transporte marítimo, y para empeorarlo el olor a mar se le hacía demasiado desagradable junto con el pescado que le habían servido en todas las comidas, estaba deseando poder comer otra cosa.
