PODÍA RECORDAR PERFECTAMENTE EL MOMENTO EN QUE LA VIO POR PRIMERA VEZ.
Tuvo que haberlo sabido, saber que iba a acabar con cualquier rastro de reticente cordura que aún le quedaba después de una vida tan corta y cansada a la vez, si es que desde el primer maldito minuto en que se encontró con ella ya la había cargado. Una mirada y los Santos en los que jamás había creído ya lo estaban castigando, porque Mera era eso, tortura, lenta y sinuosa.
Pudo haber sido simplemente su exterior, era hermosa, como salida de un estúpido cuento que alguna vez le contaron de niño, cuando había sido feliz, cuando aún tenía un alma; era justo como se imaginó que sería una princesa, pero él incluso había visitado Ravka y nadie de la corona se había visto así, ni de cerca. Solo podía compararla con lo que conocía, con lo que creía que era bello, dinero, ganancias, joyas, diamantes, rubíes, pero les ganaba a todos estos, mirarla era mejor que abrir una caja fuerte y encontrarla repleta de tesoros inesperados, era incluso más arrebatadora.