Una fina capa de agua había empapado la ciudad por completo, iluminándola momentáneamente de vez en cuando debido a los rayos que resquebrajaban el cielo, los truenos también la acompañaban, retumbaban tal cual tambores de hueso, cualquier otro día, se hubiera asustado, pero en aquella ocasión, no podía, no podía alejarse de la ventana por más que su madre le hubiera advertido que no se acercara al cristal.
La razón estaba relacionada a eso que le hacía cosquillas en las puntas de los dedos en algunas ocasiones, una cosa sobre la pequeña ciencia que corría por sus venas que podía atraer la electricidad, pero Mera era demasiado joven para entender aquello, en vez, y su versión más traviesa le susurraba al oído que se ocultara detrás de las cortinas, nada sucedería, además había algo en las nubes grises que cantaba.
El destino, tal vez, moviendo sus hilos, dándole el aviso de que algo estaba a punto de suceder, la pequeña lo ignoró, como todo cuando se interponía ante su único deseo, la diversión y las carcajadas, pero ese día, mamá no estaba riendo, de hecho, era todo lo contrario, se mordía las uñas, y caminaba por todos los rincones de la casa guardando cosas en una enorme valija, cosas de todos, no quería jugar o cantar, parecía preocupada.
