Fairy Divided: Capítulo XXVII

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Choosing Sides:
Laxus & Gajeel

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El cielo nocturno era bastante oscuro, no había ni una sola estrella adornándolo, aunque extraño, eso generaba en ciertas personas paz y tranquilidad; unos iban y venían de sus trabajos, pocos simplemente daban un pequeño paseo nocturno.


Las carretas circulaban por las calles tranquilamente, y una de ellas cruzó la calle y dobló la siguiente esquina con tranquilidad; esta carreta era completamente negra, incluido el caballo y las ropas del chófer que lo guiaban. Era una carreta bastante curiosa, tenía un símbolo de una águila en pleno vuelo dirigiéndose hacia una estrella solitaria. Una vez que llegó a su destino, un edificio alto, se detuvo y los pasajeros bajaron uno tras otro, dos hombres ayudaron a bajar a un tercero, quien tenía un costal cubriendo su rostro, con rudeza.

—¡Apresúrate, maldita sea! —exclamó uno de ellos, de cabello rubio y facciones afiladas—. ¡El jefe ya debe estar muy molesto!

—¡Déja de gritarle! —reclamó el segundo hombre, el cual era calvo y unas gafas negras cubrían sus ojos; volteó hacia el hombre en el saco y lo golpeó con fuerza en el abdomen—. Así es más fácil.

Ambos rieron a carcajadas. Otro de los pasajeros, que usaba un sombrero formal, los fulminó con la mirada y exclamó.

—¡Déjen de hacer estupideces y apresúrense!

—¡Sí, señor! —afirmaron aquellos sujetos recobrando la compostura. Entonces todos entraron al edificio.

Su destino era el último piso, la habitación de lujo, así que usaron el elevador; al llegar, obligaron al hombre en el saco a caminar frente a ellos, por poco y se tropieza con sus propios pies; todos detrás de él se soltaron a reír. El hombre en el saco chocó contra la puerta, el sujeto del sombrero lo agarró de la cabeza y golpeó la puerta repetidas veces con él. Hubo carcajadas de todos.

—¡Cállense! —ordenó volteando sobre su hombro izquierdo hacia sus hombres, luego se volvió a la puerta, la cual se escuchó el seguro moverse. Se abrió.

—¿Lo tienen? —preguntó una mujer de cabellera rosada. El hombre del sombrero, ligeramente ruborizado, asintió.

—Fue difícil, pero lo tenemos.

—Entonces pasen —dijo y abrió completamente la puerta, se hizo a un lado para que todos pasaran y cerró una vez todos estaban adentro.

El hombre del sombrero guió al sujeto del saco por un amplio, pero corto, pasillo de paredes color vino con pinturas abstractas adornándolas; siguieron de frente hasta llegar a la sala, donde ya los esperaba un hombre de mediana edad sentado en un robusto sillón para una persona. El hombre, con el cabello ya encanecido, dibujó media sonrisa al ver a sus hombres trayendo casi a arrastras a su más reciente dolor de cabeza.

—¡Ah, finalmente! —vociferó al mismo tiempo que se levantaba del sillón y abría los brazos a los lados—. ¿Hubo complicaciones, Señor Cromwell? —le preguntó el hombre del sombrero.

—Ninguna, lord Nightingale —confirmó el ahora nombrado Cromwell—. De hecho fue demasiado fácil; personalmente me siento decepcionado, sabiendo qué clase de reputación tiene este idiota.

La Última Flama CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora