Thief of Hearts: Capítulo XIX

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(El pasado distante)

-¿El corazón?-cuestionó una pequeña Erza frente a su abuelo; en sus ojos había duda, pero también curiosidad.

-Piénsalo así-comenzó a explicar el abuelo Rob con serenidad-La lectura de cartas, las oraciones, y deseos, son todos tipos de magia. Un milagro que sólo los creyentes pueden sentir; reconocen la existencia de la magia junto con la de la naturaleza, es una coexistencia. Pueden usar magia.

-¿Magia? ¡Increíble!-exclamó Erza extendiendo los brazos hacia arriba y dando un salto; tomó una escoba arrumbada de un rincón, se subió en ella, y dió pequeños saltos-¡Algún día me convertiré en Maga para volar por los cielos en mi escoba mágica!

El abuelo Rob miraba a la pequeña de cabello rojizo con alegría; sabiendo el lugar donde se encontraban, jamás llegó a creer que vería algo similar: Una auténtica sonrisa, más aún si se trataba de una niña sonriendo. Era una clara prueba de que aún en las más oscuras noches, en los momentos más difíciles, aún había lugar para la inocencia y la alegría.

Deseaba muy en el fondo de su ser que aquella sonrisa jamás se apagara, que perdurara infinitamente. Quería saber que la pequeña Erza sería feliz en un futuro, y que viviera una vida de paz y armonía.

-Lo harás, pequeña-dijo el abuelo formando la más grande y reluciente sonrisa que su rostro pudo reflejar-ya verás que sí.

(En la actualidad, media hora después de que Erza llegara al restaurante)

Krecht tomó a Erza del cuello y la levantó del suelo, unos centímetros en el aire; la miraba fijamente con una burlona sonrisa y una enorme y engreída satisfacción. La pelirroja no podía respirar, tenía arcadas; hacía un enorme esfuerzo por mover sus brazos para golpearlo, o levantar sus piernas para patear el abdomen del rubio, pero no lograba moverlos. Apenas los sentía. El aire restante de sus pulmones se estaba agotando; su visión se nublaba, su fuerza se perdía, su alma abandonaba el cuerpo. Ahora estaba a merced de su atacante.

-No puedo creer que anteriormente me diste una paliza, Erza Scarlet-dijo Krecht frunciendo el entrecejo-había deducido que con mi renovada fuerza podría hacerte frente, o estar a la par tuya para que lleváramos un combate excepcional. ¡Un buen combate! Te veo en estos momentos y...me decepciono.

Krecht rió con grandes carcajadas, unas sonoras y largas carcajadas. Erza apenas mantenía los ojos entrecerrados; sus extremidades colgando como fideos, y su pecho apenas moviéndose.

-Pero debo admitir que en cierto modo estoy satisfecho-agregó en voz neutra-pude vengarme de ti por la paliza que me diste; en verdad me estaba molestando saber que una simple mujerzuela cualquiera me logró derrotar, aún teniendo un récord perfecto como el mio. Era invencible hasta que llegaste.

Krecht clavó sus dedos en el pecho de Erza súbitamente, provocándole un inmenso dolor y ardor en esa zona; aún sin aire, Erza gritaba de dolor y se sacudía como si un dolor punzante recorriera todo su cuerpo de pies a cabeza. sus ojos se tornaron blancos, la piel comenzó a perder color. Algo estaba ocurriendo, algo estaba haciendo Krecht que le estaba robando la vitalidad. En la mano de Krecht se estaban reuniendo flujos de magia color rojo brillante en un sólo punto: La palma. Una vez reunida, formaron una brillante esfera; cuando finalmente terminó, Krecht absorbió esa esfera.

-Y ahora me aseguro que jamás vuelvas a ser capaz de usar magia-declaró.

Krecht ladeó la cabeza hacia la derecha y descubrió lo que estaba mirando Erza en primer lugar: Natsu y Lucy cenando tranquila y alegremente dentro del restaurante. Krecht chasqueó la lengua a modo de burla; tomó impulso y arrojó a una inconsciente Erza contra la ventana, rompiendo el cristal en miles de pedazos.

La Última Flama CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora