Capítulo 13.

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Capítulo trece: Sentimientos.

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―Buen trabajo, muchachos y muchachas. Recarguen su batería al máximo porque la próxima clase será mucho peor. ¡Nos vemos el viernes!

Tras la orden de la profesora Nanaba indicando a sus alumnos que ya tienen permitido retirarse rumbo a los vestidores, diecinueve personas cumplen dicho mandato, excepto una.

Valiéndose del estudio espacioso recién desocupado, Mikasa aprovecha para practicar un paso de la coreografía grupal que ha estado irritándole la existencia. Si bien, no le sale espantoso, tampoco perfecto como tanto le gustaría. El problema radica, principalmente, en que debe ejercerlo con un compañero. Jean Kirstein en su caso. Sin embargo, el muchacho fue uno de los más ágiles en echarse a correr rumbo a los cambiadores, por lo que supuso que estaría ocupado y tenía asuntos que atender una vez finiquitada la clase. Ella también lo estaría trabajando en la cafetería Blue Moon de no ser porque, temprano en la mañana, Kuchel envió al grupo de los trabajadores, avisándoles que entrarían tarde a sus turnos debido a que ese día miércoles en específico cerrarían ingresada la madrugada. Según ella, se festeja el día de... «De no sé qué», deduce, sin esforzarse en recordarlo, pero estando al tanto de que la festividad atraería a más clientes de lo acostumbrado en el lapso de la noche. Nunca ha sido habilidosa para conmemorar fechas, esa labor le concierne a Armin.

Mientras ejerce presión en los músculos de sus piernas, por el rabillo del ojo pilla a Levi saliendo como alma que lleva el diablo del estudio E. Bosqueja una sonrisa juguetona, sabiendo de antemano que el tono rosáceo de su tez y el hecho de que cubra su nariz se debe a que ha estado aguantando la respiración gracias al hedor de la transpiración. No es la primera vez que lo ve cometiendo algo como aquello. En conclusión, él debe agradecer que sigan en otoño y no en verano.

― ¿Necesitas ayuda? ―de imprevisto, siente dos toquecitos en su hombro derecho que le exigen voltear y toparse con el angelical rostro de Petra Ral.

―Por favor ―espira aliviada, correspondiendo la genuina consideración de su amiga.

Si tan solo no hubiese aceptado...

. . .

Inhala hondo, buscando, codiciando tan solo una diminuta partícula del sosiego inexistente dentro de sí misma, y de paso aire para sus afectados pulmones. El tembleque en su pierna derecha no aparenta tener la finalidad de inmovilizarse pronto, tampoco las mordidas que le proporciona al pellejo de su labio inferior. ¿Qué la tiene de esa forma? A decir verdad, la causa del actual estado desazonado se debe, nada más ni nada menos, a la visita de Levi Ackerman. Y no, los nervios no la mortifican por ver nuevamente al chico que le gusta, sino por la reacción y el trato que él empleará al acompañarla.

Para ser precisos, once días desde lo acontecido con Petra en la academia. Once días en los que él había cambiado imperceptiblemente su actitud; pormenor que solo las personas que conforman su círculo cercano lograron percatarse. Sí, era considerado con ella, la ayudaba tras cometer errores en sus pasos, y si necesitaba agua fresca o pañuelos limpios no dudaba en proporcionárselos. Sin embargo, faltaba algo. Levi redujo a cero las visitas durante su horario de trabajo en la cafetería de Kuchel y Kenny, ya no enviaba sus típicos mensajes breves, tampoco beneficiaba minutos antes de la clase para debatir trivialidades.

Lo añora, terriblemente. Aborrece reparar en la incomodidad de su presencia, por lo que su próximo objetivo es solucionar el malentendido tarde o temprano, y confía en que sea más temprano que tarde.

Hoy, domingo, van a practicar en su propia casa a privación de sala de ensayo. Ocupar la que se ubica en el hogar de Levi no es una alternativa factible, no mientras Kuchel haya invitado a su fiesta de té ―licor, en realidad― a las empalagosas cotorras que considera amigas, quienes no se contendrían invadiendo e interrumpiendo con tal de admirar cuánto ha perfeccionado su técnica al bailar y maravillarse por cualquier pequeñez microscópica. Según Levi, hace añares acontecen desgracias como tales cada que aquellas mujeres de avanzada edad cruzan el umbral de su puerta. Por otra parte, el abandonado teatro Paradise tampoco les rendiría, pues el edificio en cuestión se sitúa a más de cuarenta minutos en auto, algo que los retrasaría y, por lo tanto, derrocharía valioso tiempo.

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora