Capítulo 8.

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Capítulo ocho: Conexión. 

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Finalmente es viernes, sinónimo de «día final del ensayo en la residencia perteneciente al ogro Ackerman». Por lo tanto, también la última ocasión en que cruzará la puerta de aquel hogar donde se la pasó metida cuatro horas diarias durante cinco agotadores días consecutivos. Porque sí, lidiar con el mal genio de su compañero de baile ―y el suyo propio que no beneficia en lo más mínimo a menguar el ambiente― es calificado un cansancio mental para su desdichado raciocinio al que le tocó interferir innumerables veces para repetirle que golpear a Levi hasta el cansancio no era una opción viable a sus problemas. ¡Pero es que se tipo la sacaba de sus casillas!

Es decir, a Mikasa no le fastidiaba del todo que la corrigiera si cometía un paso de manera errónea, hasta se lo agradecía internamente en cierto punto por la ayuda brindada. Sin embargo, aquello era muy diferente a recibir de frente sus hoscos comentarios sobrados que la incentivaron a romperle el cuello. «Te ves como la mierda, mocosa Ackerman. Otra vez», «¿A eso le llamas un fouetté? Pareces estreñida», «Si tienes ganas de cagar, dilo, así no tendré que ver tus pobres intentos por seguirme el paso». ¿Qué manía rara poseía ese hombre con meter las heces en cada rincón de la conversación?

Mikasa sale de su estupor cuando la voz del susodicho que perturba sus pensamientos hace acto de presencia. De soslayo, analiza a Levi casi con desgano, negando rendida al observar la manera en que limpia ávidamente una mancha ―a sus ojos, inexistente― que él jura ver en el vidrio delantero de su inmaculado auto. El pañuelo en su mano izquierda se revuelve en círculos y, cada tanto, él echa alcohol etílico con un rociador que guarda normalmente en la guantera del coche. Ha estado así durante tres largos minutos y no da indicios de agotarse temprano.

― ¿Dijiste algo? ―indaga ella, cruzando sus brazos bajo el pecho. Los dedos índice y medio repiquetean contra la piel de su antebrazo, mientras su muslo izquierdo tiembla en un gesto de impaciencia que Levi no parece captar; y si lo hace, sencillamente la ignora.

―Dije que te adelantes. Kuchel debe estar esperándote ―repite con un deje de pesadez, brindándole una fugaz mirada despectiva.

Sin previo aviso, Levi introduce la mano derecha en su bolsillo y, al sacarla, le arroja la llave de su hogar, las cuales Mikasa logra atrapar por acto reflejo, ya que la estupefacción por su repentina actitud no le permite reaccionar correctamente. En la descripción de Levi Lance Ackerman, hecha en su mente a partir de la poca información que ha logrado recolectar sobre él, no está añadida en el apartado de personalidad la palabra «confianzudo». No piensa en el azabache como una persona que va repartiendo sus llaves a cualquier desconocido. Bueno, indubitablemente ella no es una desconocida como tal, pero tampoco la conoce lo suficiente como para permitirle una libertad semejante.

Divaga en eso mientras se retira discretamente hacia la puerta de entrada, sus pasos sigilosos atravesando el jardín delantero de la casa. Tal vez está rebuscando demasiado la situación, queriendo hallarle forma y sentido a cada acción que él comete banalmente, como si se tratara de algo insignificante. Sacude la cabeza de un lado a otro, decidida a dejar de ahondar en el tema cuando percibe el «clic» característico que origina la cerradura al girar la llave.

Cierra la puerta a sus espaldas y se aventura por el pasillo que da a la cocina, en donde Kuchel siempre ha aguardado por su llegada durante los últimos días para conversar acerca de Aiko y su juventud. Por lo general, charlan alrededor de veinte minutos, treinta como máximo, hasta que Levi interviene entre ambas mujeres, llevándosela a rastras hacia la sala de ensayo cuando decide que el parloteo con su madre es suficiente.

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora