Capítulo 14.

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Capítulo catorce: Karanese.

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―Mikasa... ―la rasposa voz taladra como un eco insufrible a sus adormilados oídos. Captando el llamado lejano, la susodicha se remueve media inconsciente, mascullando insensateces sin pies ni cabeza en el proceso―. Oe, o recobras el conocimiento o te abandono, mocosa.

Abre los párpados, luchando contra la neblina oscura que obstruye su visión.

―Eres insoportable, ogro ―gruñe ella, quitándose de la cara los finos mechones de cabello. Al cometer tal acción, retorna al mundo real, comprendiendo de qué va todo cuando ve que la mayoría de sus compañeros acomodan sus pertenencias, enlistándose para descender del colectivo.

Casi automáticamente, quita la cabeza del confortante hombro de Levi, enderezado su columna vertebral de un tirón que la termina de despertar. Genial, convirtió al chico que le gusta en una almohada durante... definitivamente, cinco horas. O eso supuso al echar un vistazo por la ventana y distinguir el oscuro cielo repleto de estrellas. Todo gracias a la sobrecarga de energía que arremetió contra ella la noche anterior; el simple pensamiento de viajar a la ciudad de Karanese para las nacionales prácticamente la obligó a no pegar ojo por más tés de manzanillas que haya ingerido.

En cuanto corrige su postura, percibe algo liviano deslizándose por su torso. Desconcertada, atrapa la cobija afelpada entre sus dedos antes de que logre caer al piso del autobús. Hunde las cejas en señal de ofuscación, tratando de rebobinar el tiempo y recordar el momento exacto en que arropó su cuerpo con aquella tela verdosa.

―Estabas tiritando mientras dormías ―Levi se adelanta a darle una explicación cuando distingue el lío en su expresión.

― ¿Cómo un consolador? ―pregunta sarcástica, recordando la insólita comparación que el chico hizo cuando ella temblaba asustadiza en el teatro Paradise.

―Ajá, y al máximo ―por supuesto, le sigue la corriente, manteniendo ese tono indiferente que le roba una risa tenue a Mikasa.

―Gracias ―le entrega la mantita, no sin previamente haberla doblado y alisado para el agrado de Levi, quien la recibe y resguarda dentro del morral oscuro que acaba de ajustarse.

―Vámonos.

Apenas instala los pies fuera del autobús, maldice ante la gélida brisa que se filtra sin misericordia alguna por cada rincón de su templado cuerpo. Si en Ehrmich hace un frío del demonio, Karanese te congela hasta las neuronas. Afortunadamente, el hotel donde se hospedarán por dos noches se ubica frente a sus ojos, prometiéndole calidez y comodidad en un futuro cercano.

―Atención. Necesito que formen dos filas. El chófer les ayudará a bajar el equipaje mientras yo acudo a la recepción del hotel para confirmar que todo esté en orden. Recuerden, los materiales de la escenografía se quedarán resguardados dentro del compartimiento, por ahora solo retirarán sus pertenencias.

Las órdenes de Nanaba son acatadas en tiempo récord, pues nadie desea convertirse en un cubito de hielo humano. En menos de lo que canta un gallo, Mikasa, arrastrando la mediana valija tras de sí, atraviesa las puertas dobles de la hostería y asimismo la de su correspondiente cuarto. Este último compartido con Isabel y dos compañeras más de clase, Annie Leonhart y Hitch Dreyse.

Oyendo impaciente el tercer pitido que ocasiona el celular en su oreja, Mikasa se desploma sobre la cama de una plaza y media que acaba de escoger deliberadamente jugando al ta-te-ti. A la quinta señal, su mejor amigo se digna a contestar.

― ¿Armin? ¿Ya llegaron? ―no se toma la molestia de saludarlo, yendo directo al grano―. ¿Dónde están?

―Sí, hace unos minutos. Nos alojamos en un hotel cercano al tuyo. El abuelo ya está exaltado solicitando servicio a la habitación ―comenta con cierta diversión, enternecido por la emoción latente dentro del anciano cuerpo―. Ahora mismo estoy en el balcón, es fascinante. ¡Tiene una vista espectacular!

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora