Capítulo 7.

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Capítulo siete: cinco días.

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― ¿Están seguros de su decisión? ―inquiere Nanaba, algo patidifusa por la situación que le han plasmado hace unos cuantos segundos en forma de palabras. Seguramente, su cabeza debe estar maquinando, elaborando un porqué, atando cabos hasta concluir que ambos jóvenes frente a ella han enloquecido severamente―. De ser así, recuerden que solo cuentan con cinco días desde hoy para crear una coreografía que sorprenda a los jueces. Y eso es algo...

―Eso es lo de menos ―habla él escuetamente, interrumpiéndola y robándole importancia al comentario con un ademán desinteresado de su mano.

―Usted misma dijo que tenemos química, ¿no? ―agrega Mikasa con suma suavidad, temerosa de ser rechazada si eleva el timbre de su voz y delata las ansias que carcomen su interior por el aplazamiento innecesario del pedido hecho. Observa de soslayo a su compañero que maneja la situación con la indiferencia habitual en su semblante imperturbable y le devuelve la mirada apenas siente unos ojos cenizos posándose sobre su perfil―. Estamos seguros, confíe en nosotros.

La mujer deja escapar un suspiro que evidencia la más pura y entera resignación, liberando a su vez todo el aire escondido en sus pulmones. Las cortas hebras de su melena rubia se agitan en un leve movimiento que manifiesta negación ante la actitud inquebrantable que ha tomado su mejor bailarín a la par de la chica nueva que logró lo que nadie en años: hacer de Levi su pareja de baile. Sabe que pretender hacerlos cambiar de opinión ni siquiera es calificado una opción viable y segura cuando ninguno de los dos se divisa dispuesto a dar el brazo a torcer; no hay escapatoria. Después de todo, ¿quién es ella para prohibirles a sus alumnos la posibilidad de participar? Nadie más que su profesora que ―cabe mencionar― los ha incentivado en diversas ocasiones pasadas a nunca rendirse, a ser perseverantes y perseguir sus sueños, aferrarse a ellos con ímpetu de guerrero, no dejarlos escapar ni por un mínimo descuido; que una caída no significa el fin de todo y deben volver a levantarse con más ánimo que antes e intentarlo cuantas veces sea necesario.

―Lo hago ―asiente amistosamente, brindándoles un bosquejo de sonrisa que no termina de trazarse. De pronto, Nanaba libera un quejido imperceptible cuando recapacita en algo de alta importancia―. Necesitaré mover algunos hilos para que los anoten. Solo a ustedes dos se les ocurre integrarse a escasos día de la prueba. ¿Acaso será el apellido? ―formula en tono de broma, mas sus rostros serios no se inmutan siquiera una fracción de segundo, asemejándose a dos muñecos en el escaparate de una tienda; mudos, quietos, expectantes. Son la simpatía encarnada, claramente―. Olvídenlo ―suspira―. Buena suerte.

La profesora ingresa a pasos rápidos en la sala de ensayos, siendo perseguida por los dos Ackerman que fueron sus interceptores antes de poder dar la clase del lunes, robándole uno o dos minutos de su tiempo. Los tres dividen sus caminos una vez ubicados dentro; Nanaba directo al vestuario para guardar sus pertenencias, bolso y teléfono; Levi hacia la barra derecha perteneciente a los varones, añadiéndose a los bailarines que se acomodan a lo largo de la extensa madera; y Mikasa camina a la izquierda, planeando reunirse con su pequeño círculo de amigas que aguardan ansiosamente por su llegada. La pinta en el enérgico rostro de una de ellas la advierte a gritos que la disposición de integrarse no es idónea, mas es tarde y no hay vuelta atrás.

La fémina no alcanza siquiera a compartir un banal saludo general, ya que Isabel Magnolia por poco se arroja sobre su cuerpo cual animal salvaje y la atiborra de infinitas y cargantes interrogantes que se le antojan una más incómoda que la anterior. «¿Por qué no respondes los mensajes?», «¿Qué ocurrió?», «¿Por qué escapaste de la audición?», «¿Por qué Levi salió corriendo en tu búsqueda?», «¿A dónde fueron?».

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora