Capítulo 12. (Parte uno)

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Capítulo doce (parte uno): ¿Te gusto?

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―¿Sabías que... hueles a sahumerios? ―murmura la mujer posicionada a su costado, su voz aterciopelada siendo apenas inteligible debido al letargo que la atraviesa.

La pregunta lo pilla completamente desprevenido, desconcertándolo en el acto. Incluso él desconocía ese detalle de sí mismo hasta ahora, pues está tan acostumbrado al aroma que desprende el ambiente de su hogar que ni siquiera se ha percatado de que lo lleva impregnado en la ropa también. Todo a causa de Kuchel y su tendencia perturbadora por colocar palitos aromatizantes en cada rincón de la casa. No es como si le fastidiara este hecho; sin embargo, que Mikasa le diga en pocas palabras que va por la vida oliendo a incienso es... raro. Aunque, lejos de desagradarle el comentario, le ha caído bien, bastante bien de hecho. Después de todo, indirectamente significa que ella le ha prestado atención, y eso es suficiente para contentarlo.

―No te duermas, mocosa ―habla por fin al percatarse de cómo la muchacha acomoda su cuerpo de lado y sus lindos ojitos grises parpadean amenazando con cerrarse en cualquier momento.

―No... no lo voy a hacer ―ni ella misma se cree aquella mentira porque, una vez afirmado esto, son necesarios unos cuantos segundos para verla dormitar profundamente cual bebé en el asiento del auto.

―¿Qué voy a hacer contigo, mocosa? ―susurra para sí mismo después de acomodarle un mechón revoltoso tras la oreja. Sin ser capaz de contener los arrebatos que lo dominan con poderío, le dibuja una dulce caricia en la mejilla, apreciando el contacto de la tersa y cálida piel bajo sus nudillos.

«Eres hermosa», delibera al explorar visualmente el rostro de su bella ninfa que se divisa encantadora incluso al dormir. Adora el largo de sus tupidas pestañas descansando sobre sus pómulos y contrastando vigorosamente en su diáfana tez. Mikasa Ackerman Azumabito conserva la apariencia de un frágil angelito. Un frágil angelito portador de una terrible actitud de diablillo; terca, malhumorada, respondona.

Le encanta.

Desciende el panorama a la mano que ella continúa apresando, concentrándose en apreciar dichoso cómo sus delicados y finos dedos se entrelazan con los suyos ahora sin fuerzas. El corazón le bombea desenfrenado de tan solo conmemorar que la joven tomó la iniciativa de querer transmitirle calor, el cual escaseaba en su congelado cuerpo. Hizo que el sacrificio de mojarse bajo la lluvia y pescar un posible resfriado valiera totalmente la pena.

Le encanta, le encanta tanto.

La sensación de yacer cada vez más cerca de ella, de su vida ―a pasos cortos, lentos― le transmite un deleite ilimitado. Ampara la esperanza de que la conexión entre ellos avance tan bien como lo ha hecho hasta el día de hoy y mejore con el correr de las semanas; que la mujer lo vea con otros ojos, no solo como un amigo, ni como un compañero de baile más.

Suspira, acortando los escasos centímetros que los distancian, permaneciendo a una proximidad comprometedora de su tranquilo rostro. Inicia un recorrido pausado, muy pausado, evaluando cada una de sus delicadas facciones, finiquitando el viaje en sus mullidos labios teñidos de un apetecible tono cereza que lo tentó a lo largo de la tarde.

Cierra los ojos, embriagado, y descansa suavemente su frente contra la suya, saboreando la cercanía momentánea que le brinda su inconsciencia. Solo Dios sabe cuánto ansía besarla, mas está al tanto de que algo así es una simple visión utópica y, únicamente, en sus mejores sueños se vuelve realidad.

―Me encantas, Mikasa, no te imaginas cuánto...

Muy a su pesar, guarda moderada distancia entre ellos, desenredando en el proceso el agarre que ella mantenía sobre su mano.

Cristal. (RivaMika)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora