1. La chica francesa

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Diana estaba sentada en la cama de su habitación esperando a que diesen las cinco. Había quedado con su madre para ir al centro comercial a por un regalo para su hermana.

Andrea, su hermana pequeña, cumplía 13 años el próximo viernes, y su madre no sabía que comprar, así que le pidió consejo a Diana. Nadie conocía mejor a Andrea que su hermana mayor.

Se levantó de la cama con desgana, unos cinco minutos antes de la hora para mirarse al espejo del baño y darse los últimos retoques.

Se había hecho, como siempre, dos trenzas de raíz, siempre había pensado que se parecía a una boxeadora con ese peinado. Su cabello era castaño claro, y su piel era blanca, aunque en aquel momento estaba bronceada por el sol del verano.

Se había maquillado la línea de los ojos de color azul, combinándola con el color de sus ojos marinos. No le gustaban los maquillajes de colores neutros, Diana opinaba que eran sosos, por eso siempre usaba colores llamativos.

Se quedó un rato mirándose la piel ante el espejo, en busca de algún poro o grano, alguna imperfección, pero no encontró nada más que las pecas marrones que se le extendían por toda la cara. No le gustaban demasiado, y en verano se notaban más por el sol.

Salió del baño despacio, mientras se palpaba la ceja derecha, donde tenía una cicatriz invisible que le había dejado una calva. No quedaba mal, y con los años se había acostumbrado a ella.

Según su madre, se había hecho la cicatriz de pequeña, jugando en el parque. Solía contar que se cayó del tobogán y se hizo una gran herida en aquella parte de la cara. No paraba de salir sangre y tuvieron que ponerle puntos, o eso le habían contado a Diana.

-¿Nos vamos ya?

Diana no se había dado cuenta de que su madre ya la estaba esperando. Le dedicaba una amable y amplia sonrisa desde el otro lado del pasillo, con la mano en el pomo de la puerta.

Sin mediar palabra, salieron juntas por la puerta y bajaron por las escaleras hasta el rellano en lugar de esperar al ascensor.

-Vamos rápido, así no hay tanta gente y después te puedes ir con tus amigas, ¿te parece bien?

-Vale, gracias mamá.

Durante el viaje Diana se lo pasó mirando a su madre. Su madre tenía los ojos azul marino, como ella, con forma almendrada. La nariz redonda y el mentón afilado.

En general se parecían mucho la una a la otra, pero su madre tenía siempre una expresión cariñosa, irradiaba confianza, mientras Diana tenía un semblante serio.

Quería mucho a su madre, y nunca discutían, ya que aunque no estuvieran de acuerdo en algo, el carácter de su madre era tan dócil que no le permitía discutir con ninguna de sus hijas.

Diana jamás conoció a su padre, aunque le habría gustado, pero en algún momento, al hacerse mayor, comprendió que alguien que había abandonado a su madre con un bebé recién nacido no se merecía el amor de nadie.

Su hermana, Andrea, era hija de otro hombre, Javier Amorós, el marido de su madre. Para Diana, él era su verdadero padre, siempre se había comportado como tal, e incluso la había adoptado, así que legalmente también era su padre, y había adoptado su apellido.

Su hermana se parecía más a Javier que a su madre, ambos tenían el pelo negro azabache, los ojos castaños y la piel bastante morena, ese tipo de piel que es morena incluso en invierno.

Estaban llegando al centro comercial cuando su madre le preguntó que le deberían comprar a Andrea.

-Entonces... ¿Qué le compramos?

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