8. El Rey del Edén

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Sophie estaba segura de que Diana era la heredera del agua, por eso la quería llevar ante Bael, su severo padre, para demostrarle que no había estado perdiendo el tiempo aquellos últimos cuatro años.

A sus ojos, Diana Amorós era una chica muy guapa, tenía el pelo castaño, la piel un poco morena, los ojos enormes, azul oscuro, y sus labios eran gruesos, carnosos.

Tenía la cara llena de pecas casi imperceptibles, que le daban un aspecto tan distintivo al resto de personas que Sophie Lachance la habría reconocido entre cientos de millones de personas con solo haberla visto una vez.

Llevaba el pelo recogido en dos trenzas de boxeadora, como la primera vez que la vio.

Tenía un olor muy fuerte, era imposible no notarlo, olía a rosas. Sophie adoró el olor de la heredera del agua, pero no le dijo nada.

Entraron en la sala principal de la Corte, nadie podía detenerla. Habían dejado atrás a Konstantin, que no podía entrar en la sala del Rey sin invitación, solo era un consejero insignificante.

Su padre estaba sentado en el trono del medio de la sala, un trono gigantesco que ocupaba entre ancho y largo gran parte de la habitación.

Era, como todo lo demás, de color negro, y parecía hecho de metal.

Sophie se acercó decidida, aunque cautelosa a su padre, hizo una reverencia y presentó a Diana.

Diego se había quedado fuera de la sala, no podía entrar.

-Padre, esta es Diana, la heredera del agua.

-No me basta, te pedí que las encontrases a todas y las trajeses ante mí.

A Sophie se le torció el rostro en una mueca de dolor, como si su padre le fuese a implantar un castigo por no haberlas traído a todas.

-Sophie, cariño, necesito a todas las herederas, aquí, si no cumples con tu deber, ya sabes lo que puede suceder.

Sophie se tocó la cara instintivamente, y comenzó a acariciarse la cicatriz al lado de su ojo, Diana lo vio.

-¡Idos! ¡Y traedme a las demás!

Silenciosamente, Sophie salió de la sala seguida de Diana. En la salida estaban Konstantin y Diego, parecía que estaban hablando, y parecían enfadados. Cuando aparecieron las chicas los dos se callaron y Konstantin se fue.

Sophie cogió de la mano a Diego y echaron a andar hacia la salida.

Diego se giró hacia Diana, que iba unos pasos por detrás de ellos, sin saber a dónde ir.

-No sabes qué hacer, ¿verdad?

Diana negó con la cabeza.

-Deberás aprender a usar tus poderes, yo puedo ayudarte, también soy un brujo de agua.

De pronto, Diego le pareció mucho más agradable a Diana, casi simpático, y le dedicó una sonrisa tímida, que era más de lo que podía expresar Diana en aquel momento.

Tenía el estómago revuelto, no entendía que estaba pasando, lo único que sabía era que si le daba una crisis allí en medio todos pensarían que era una rara.

Sophie Lachance también se giró, y le ofreció la otra mano. Diana se sentía vinculada a Sophie de alguna manera, que supuso que sería por aquello de las herederas, así que le dio la mano y se sintió protegida.

Diana se había dado cuenta de como Sophie se había asustado en la sala real, como se había echado unos pasos atrás sin saberlo y se había tocado la cicatriz. Sintió su misma emoción, el miedo.

Su padre no era de fiar, Diana lo supo solo con aquella visita, algo iba mal en él.

-¿Por qué quiere a las cuatro herederas todas juntas?

-No lo sé.

-¿Y si es una trampa o algo así?

-Es mi padre, Diana, sé que parece malvado y severo, pero en realidad no es así, solo que es el Rey del Edén y tiene que mantenerse alerta, incluso con su hija.

A pesar de sus palabras alentadoras, Diana no se sintió más tranquila, ni por asomo.

-Diana, sé que es extraño, he dado una sacudida en tu vida, pero no tienes otro remedio que cumplir con el destino, - Sophie continuó hablando - debes confiar en mí, yo te enseñaré a controlar tus poderes, ser quien necesito que seas.

Diana tenía lágrimas en los ojos. Ella siempre había sido la chica de los consejos, que ayudaba a todo el mundo, que siempre sabía que era la decisión acertada, pero en aquel momento, solo necesitaba un abrazo.

Sophie, conmovida por la tristeza y el miedo que Diana le transmitía, se paró en seco, agarró su mano con más fuerza todavía, y la sentó en un banco blanco dentro de aquel edificio carbonizado.

-¿Confiarás en mí?

Diana necesitaba enfadarse, ¿cuántas veces le iba a hacer esa pregunta? Tenía todo el derecho a llorar, lo raro era que no lo hubiese hecho desde el principio.

-Sé que esto es raro raro ti, pero es la verdad.

-¿Puedes llevarme a casa, por favor?

Diana tenía que pensárselo, quizá no tuviese opción, pero necesitaba asumir que a partir de aquel momento, nada sería lo mismo.

Ni siquiera entendía quienes eran las fuerzas del mal y porque en aquel momento sí podían atacar al Edén pero antes no. Según Diego y Sophie no eran suficientemente fuertes, pero, ¿por qué ahora si?

Le dolía la cabeza y no quería pensar más en aquel tema, solo quería dormir.

Al salir del edificio formaron de nuevo el círculo cogidos de las manos y Diana volvió a pronunciar aquellas palabras en latín.

Volvieron a dónde habían estado antes, en la tierra, el mundo humano, pero Diana ya no se sentía segura ni siquiera allí.

Diana se alejó corriendo de aquellos dos seres y se metió en el edificio de la universidad sin mediar palabra.

Diego le cogió la mano a Sophie.

-Se te están acabando las fuerzas, y todavía no han empezado los ataques.

-Tranquilo, estaremos preparadas.

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