10. La madre de Nicola

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Sophie encontró y habló con dos de las otras tres herederas, solo le quedaba una.

Le parecía curioso como todas ellas estaban concentradas en Barcelona, ¿acaso no habían más ciudades?

Estaba sola, de camino a casa de la última heredera, la bruja terra.

Llegó al portal de un bloque de pisos del centro y llamó al timbre, pero nadie respondió.

Sophie miró a los lados, por la mañana aquella calle estaba vacía, y con sus poderes de telekinesis movió la cerradura para lograr abrirla.

Ella sabía que la madre de Nicola, la heredera de la tierra, era bruja también, pero quería mantener oculto el Edén a su hija.

Diego se había quedado en casa, tenía que organizar ciertas cosas con su familia en el mundo mágico.

A Sophie le habría gustado que él estuviese allí.

El rellano era oscuro, los focos de luz no se encendían, ni con el movimiento ni con el botón. Había un letrero encima del interruptor que decía:

"DISCULPAD LAS MOLESTIAS, LA LUZ ESTÁ FUNDIDA"

Sophie resopló, no se veía nada, por suerte ella misma podía producir su propia luz, con su mano izquierda creó una llama que flotaba encima de su palma e iluminaba el sitio.

Subió las escaleras hasta el segundo piso y llamó al timbre, pero no sonaba nada, así que aporreó la puerta.

Toc, toc, toc.

Nadie respondía. Sophie, al ser la heredera del fuego, también había heredado el carácter del fuego. No se paró a pensar que no hubiese nadie en casa, simplemente se creyó con el derecho de entrar en ella por la fuerza, porque ese era su deber.

Repitió el proceso que había seguido en el portal, abrió la cerradura moviendo las rendijas con su mente, y la puerta se abrió lentamente ante ella.

La casa estaba oscura y no se oía ni un solo ruido, no había nadie. Sophie chasqueó la lengua decepcionada y comenzó a investigar el piso.

Lo primero que se encontró fue un recibidor con unas estanterías llenas de libros, esta sala conducía a un largo y estrecho pasillo lleno de puertas de madera cerradas, y al final de este, una puerta de cristal.

Sophie decidió explorar todas las salas desconocidas de la casa, y quizá llenas de información. La casa olía a cerrado y el parqué era viejo. La primera puerta conducía a un dormitorio.

No parecía de una chica joven, sino más bien de una persona de negocios, era soso y serio. Había una cama perfectamente hecha, una estantería con libros y algunas fotos en las que aparecía la misma chica con amigos diferentes colgadas en la pared.

La chica que salía en ellas era muy blanca, tenía el cabello largo, negro y rizado, y sus ojos, como los de todas las brujas de tierra eran castaños, aunque los suyos eran bastante ambarinos.

La habitación entera olía fuertemente a chocolate y todo, absolutamente todo estaba demasiado ordenado. Los libros estaban dispuestos por orden alfabético, los lápices encima del escritorio estaban colocados por colores y alineados, la cama no tenía ni una arruga. Había una colección de vinilos, ordenada por colores, desde los más oscuros hasta los mas claros.

-Pero que cojones...

Sophie pensó que Nicola debía tener algún tipo de trauma o problema con el orden, debía ser alguien demasiado perfeccionista quizá, o tal vez tuviese trastorno obsesivo compulsivo.

Salió de esa habitación intentando no mover nada, porque seguro que aquella chica notaría si algo se había movido aunque fuesen solo unos milímetros.

En la siguiente habitación había un despacho, éste estaba muy desordenado en comparación con la habitación anterior.

En el centro había un escritorio gigante. Sophie, movida por la curiosidad, comenzó a abrir los cajones del escritorio. Todos contenían papeles, pero al ojearlos, la chica rubia no encontró nada acerca del Edén.

Había un único cajón cerrado, con llave, seguramente allí estaría todo lo que la madre de Nicola pretendía ocultarle a su hija.

Justo cuando Sophie estaba a punto de repetir el proceso de la cerradura de las puertas, escuchó un sonido procedente de la puerta. Unas llaves tintineando, la puerta se estaba abriendo.

"Mierda, ojalá ser un hada para hacerme invisible" pensó Sophie.

Unos pasos lentos pero seguros estaban acercándose a ella, no tenía más remedio que enfrentarse a quien fuera que estuviese allí.

Sophie salió de la habitación con paso decidido, dispuesta a afrontar las consecuencias de haber allanado una casa.

En el pasillo se encontró una mujer idéntica a la chica de las fotos de la habitación de Nicola, pero mayor. La madre de Nicola.

-¿Quién eres y que haces en mi casa?

Sophie estaba a punto de abrir la boca para pronunciar su tan aprendido discurso sobre el Edén, las herederas y todo aquello, pero la mujer, que no parecía enfadada, simplemente molesta, comenzó a hablar de nuevo.

-Mira, me da igual, solo vete, o llamaré a la policía.

-Mi nombre es Sophie Lachance, soy hija de Bael, Rey del Edén, y estoy aquí por su hija, Nicola.

Se hizo el silencio. Sophie notó como una gota de sudor le caía a aquella mujer por la frente.

-Me prometieron que jamás tendría que volver a saber nada del Edén, ¿porque te quieres llevar a mi hija?

La mujer empezó a jadear y se abrió paso por al lado de Sophie para cruzar la puerta de cristal y sentarde en el sofá azul que se divisaba en la sala que a Sophie no le había dado tiempo de registrar.

-¿Porque te la quieres llevar?

Esta vez la mujer no podía dejar de mirar a Sophie. A ella le entró una compasión repentina por la madre de Nicola, ¿porque estaba tan triste? ¿Que le había hecho el Edén?

-Es una de las herederas de la profecía - comenzó a explicar Sophie con voz suave - y mi padre me ha ordenado reunirlas.

La mujer negó con la cabeza.

-No, eso es imposible, yo... No tengo poderes, me los quitaron antes de tener a Nicola, ella no debería ser bruja, no ha manifestado ninguna señal. Simplemente es imposible.

-No es imposible, me enviaron a investigar los linajes de las brujas originales, y cuando investigué el suyo señora, el del Elfo, la única bruja que podía ser la heredera es su hija.

La mujer se pasó las manos por la cabeza y las deslizó hasta sus oídos, como queriendo apartar las palabras de Sophie.

Su expresión cambió de tristeza a enfado en cuestión de segundos. Se levantó del sofá y se acercó a Sophie.

Comenzó a darle empujones en dirección a la puerta gritándole:

-¡Quiero que te vayas! ¡No te acerques a mi hija!

Sophie no sabía ni como reaccionar ni que decir, estaba completamente paralizada, pero iba retrocediendo poco a poco por los empujones.

Una vez en la puerta, la madre de Nicola la abrió, Sophie salió y la mujer le gritó por última vez para luego darle un portazo en las narices:

-Ten mucho cuidado niña, si te acercas a Nicola... ¡Ni te acerques! ¡Jamás!

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