14. No lo va a entender

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Janis estaba en el taller trabajando en la nueva colección para la tienda de Patricia Ferrer, su jefa.

Era una mujer de unos cuarenta años, con su cabello teñido a un tono rojo oscuro y que siempre llevaba muchas capas de maquillaje.

Siempre vestía elegantemente, con ropa de su propia marca, era alta y tenía una presencia desbordante.

Desprendía aires de grandeza, pero a Janis le tenía un cariño especial.

-¿Como vas, mi pequeña aprendiz?

-He hecho este vestido, ¿te gusta?

Janis había dibujado un boceto de vestido corto, con las mangas asimétricas y con un volante, color azul eléctrico.

-¡Me encanta niña! Sigue así y triunfarás, mucho mejor que los anteriores, éste, definitivamente, lo sacaremos para vestidos de fiesta.

Janis se sentía muy orgullosa, raramente Patricia se entusiasmaba tanto con un diseño. Normalmente decía que eran buenos, entonces Janis sabía que tenía que volver a empezar.

Aunque Patricia hacía casi todos los diseños, a veces Janis conseguía hacer uno que dejaba pasmada a su jefa, y ese diseño llevaba su nombre, aunque dentro de la marca Ferrer, por supuesto.

Ella estaba muy feliz en aquel trabajo, era su sueño, la moda, y gracias a Patricia lo estaba cumpliendo.

-Algún día, niña, tendrás tu propia marca, tu propio estudio, tus propios empleados, lo tendrás todo, pero todavía te queda camino por delante. Sigue trabajando así.

Dicho aquello, se deslizó entre la cortina morada que separaba el estudio de la tienda con el almacén.

Ya era casi la hora de cerrar, y Janis comenzó a recoger los lápices y demás utensilios de trabajo.

Al salir, se despidió de Patricia, quien se quedaba siempre hasta muy tarde trabajando dentro, aunque hubiesen cerrado ya.

La tienda tenía un aspecto lujoso, era toda de color blanco, los muebles, los asientos, los estantes, el mostrador, las paredes, el suelo... Todo era de aquel color para que la ropa, los zapatos y los bolsos destacasen por encima de todo.

Incluso el logotipo de la marca era un águila con las alas al viento, de color blanco.

Janis se iba a casa. Después de haber visto como la madre de Nicola la había abandonado a su suerte, no tenía ninguna duda en que debía enfrentarse a su abuela, y a su madre si resultaba ser su cómplice en las mentiras que le había contado sobre el Edén.

Al llegar a casa, todo olía a pollo frito, seguro que era su abuela quién estaría haciendo arroz con pollo, su plato estrella.

Janis se acercó decidida a la cocina, sin preámbulos. Su abuela se giró hacia ella y le sonrió ampliamente. Por un momento, Janis dudó, pero su impulsividad le gritaba que sacase el tema. Ella necesitaba oír la verdad de la boca de su abuela.

-¿Porque me has mentido durante todos estos años?

Su sonrisa desapareció lentamente, le volvió la espalda, con su nuevo semblante, serio.

-No se de que hablas.

Habló secamente, estaba mintiendo, y Janis lo sabía todo.

-¿De verdad creías que jamás me iba a enterar?

Su madre apareció por detrás de la abuela, en la puerta del balcón que conectaba la cocina con el salón.

-¿Que está sucediendo aquí? ¿Porque gritas, cariño?

Su madre hablaba con dulzura, mirándola con ojos preocupados. Era una señora bajita y regordita, como la abuela.

-¡Tu también lo sabías todo!

-¿Todo sobre que?

-¡Sobre el Edén!

A Janis se le comenzaron a salir las lágrimas, no eran de tristeza, eran de rabia, las únicas personas de su familia que quedaban vivas llevaban toda la vida mintiendole. La abuela seguía en silencio, su madre también calló y se llevó la mano al corazón, como si Janis la hubiese apuñalado.

-No lo entiendes Janis, jamás lo entenderás... - comenzó a decir su madre.

-Déjala Mónica, que la niña piense lo que quiera. - interrumpió la abuela.

-¿Cómo puedes decir eso iaia? No puedo creer que sea verdad, sois unas putas mentirosas, las dos.

-No nos hables así, jamás, yo no te he educado para que seas una maleducada Janis...

Pero ella ya no las estaba escuchando, se fue a su habitación, cogió una maleta y empezó a meter toda su ropa y sus pertenencias. Los pasos de su madre se aproximaban por el pasillo.

-¿Que haces hija?

-Me voy.

Janis había dejado de llorar, se secó las lágrimas con la manga de su camiseta y continuó guardando la ropa.

-¿A dónde vas a ir?

-Con ese que tanto odiais, Alejandro, mi novio, ¿algún problema?

Janis hablaba duramente, su madre se sintió herida. Ella solía hacer eso, cuando alguien a quien quería le hacía daño, ella fingía que no le afectaba y tomaba la postura más fría posible. Su mirada se había vuelto inexpresiva.

-No hagas eso Janis... No lo hagas.

Su madre estaba sollozando, conocía demasiado bien a su hija y su tozudez.

-Jamás podré volver a confiar en ninguna de vosotras, ¿que le pasó a papá? ¿También mentisteis en eso?

Su madre se vio muy dolida ante aquella acusación. Janis se arrepintió al instante, no debería haber dicho eso, pero no podía disculparse, no debía mostrar debilidad.

Apretó los dientes, intentando aguantar el llanto. Ella sabía que podía parecer que estaba exagerando, pero ella sabía como se sentía, la habían traicionado, y ella nunca se lo perdonaría.

Desde pequeña habían intentado convencerla de que debía casarse con un brujo de agua, de echo, su abuela le presentó a varios durante su adolescencia. La habían intentado utilizar como objeto de intercambio de algo, pero, ¿de que?

No, ella no era un objeto, nadie podía tomar decisiones por ella, nadie podría comerciar con su vida nunca, y nadie la traicionaría nunca más.

Pasó por al lado de su madre, que estaba llorando agarrada al marco de la puerta.

Cuando pasó por al lado de la cocina, su abuela seguía cocinado, impasible, ni siquiera la miró, era como si no le importase. Aquello le dolió mucho más que ningún lloro de su madre.

Salió por la puerta con la maleta en una mano y decidida a no volver a pisar aquella casa nunca más. Cerró de un portazo.

Casi estaba esperando a que alguien saliera a buscarla, intentar convencerla de que volviera, que le explicarían todo y que existía una explicación lógica que la haría entrar en razón, pero nadie salió a buscarla.

En la calle llamó a Alejandro mientras por fin su dolor salió a flote y le comenzaron a caer lágrimas de nuevo por las mejillas.

Un tono, dos tonos, tres tonos...

-Hola amor, ¿pasa algo?

El Jardín del Edén Donde viven las historias. Descúbrelo ahora