6. El despertar de la magia

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Nicola fue a visitar a su padre a Milán. Ella vivía en Barcelona con su madre desde que ellos se separaron, pero para alguien con tanto dinero como su padre, no le importaba pagarle el billete de avión cada mes.

Allí se encontraba ella, se debía quedar una semana, luego volvería con su madre.

Sus padres no se separaron por temas horribles como peleas o infidelidades, simplemente se dejaron de querer.

Estaba en el dúplex céntrico de su padre, tumbada boca arriba en la cama, mirando el techo.

-¡Nicky!

Los gritos de su padre la hicieron estremecerse, parecía que hubiera pasado algo malo, así que se levantó y fue a paso rápido hacia dónde provenía su voz.

-Buongiorno, mia cara figlia, ¿cómo estás?

-Sto bene, ¿por qué me has llamado?

Su padre parecía más animado que de costumbre, llevaba su elegante traje puesto y estaba resplandeciente como el sol por la mañana.

-Quiero que vengas conmigo, a pasear.

Parecía ilusionado, querría hablar con ella de algo importante, así que Nicola aceptó.

Eran las diez de la mañana, hora de sacar a pasear a Nilo, el perro.

-¡Pst! ¡Nilo! ¡Vamos!

Un precioso labrador negro apareció corriendo hacia su padre. Era un perro bastante atlético y grande, muy cariñoso, jamás se metía en peleas, demasiado bueno.

Nicola se miró en el espejo esperando encontrarlo todo en perfecto orden, bajo control. A ella, cualquier pelo fuera de lugar, o cualquier desorden le enervaba. Aquel problema se había convertido en parte de su personalidad, fomentado por su madre, quien necesitaba tener la mayor disciplina posible.

Su padre era mucho más flexible, sin llegar jamás a ser despreocupado, pero vivir con su madre la mayor parte del tiempo le había calando hondo.

-¿Quieres llevarlo tú?

Su padre no paraba de sonreír, aquel hombre de negocios que mucha gente creía que ni siquiera tenía corazón, absolutamente sonriente. Dante de la Rosa, paseando al perro con su hija por las calles de Milán. Menuda imagen.

Nicola, dócil, cogió la correa de Nilo y salieron por la puerta.

Caminaban padre e hija muy juntos, ella cogida del brazo de su padre, ambos muy elegantes.

El padre con su traje gris y la camisa rosa palo, mientras que su hija vestía una falda corta de cuero y una camiseta de cuello alto blanca. Se sentía como en aquellas películas italianas, cuando los personajes principales están a punto de contar confidencias.

Su padre le señaló el parque para perros, para dejar a Nilo jugar un rato. El perro, que parecía haber entendido a la perfección el gesto del padre, empezó a mover la cola de manera exagerada, a jadear y estirar de la correa hacia allí con todas sus fuerzas.

Habían caminado en silencio todo el trayecto, pero cuando soltaron a Nilo y se sentaron en un banco dentro del pipicán, su padre cogió la mano de Nicola y comenzó a hablarle con tono solemne:

-Nicky, te quería comentar un tema...

Nicola no entendía por qué el destello que antes tenía en los brillantes ojos marrones su padre se había tornado menos brillante, preocupados.

Nicola empezó a notar un vacío por dentro, esperando la mala noticia, y comenzó a rascarse el dorso de la mano lentamente.

-Fiorella y yo nos vamos a casar.

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