—Yo soy su padre y tu esposo. ¿Crees que le haría algo a mi propio hijo? —gruño con rabia.
—Sí. —Conteste rotundamente—si lo hiciste una vez, ¿Quién dice que no lo volverás a hacer?
— ¡Joder! ¡No sabía que estabas embarazada! —Se acercó varios pasos a mí, pero retrocedí—fue tanto una gran sorpresa para ti como para mí.
—Quiero irme a casa. —sentencié.
— ¡No puedes marcharte! —Gritó— No otra vez. Eso no resolverá na…
Se detuvo en seco cuando vio que había dado la media vuelta y comenzaba a caminar tratando de esquivar los pedazos de vidrios rotos dando saltitos. Estaba descalza.
Entonces como sabia que pasaría, Samuel me tomo por la muñeca atrayéndome a el.
—No te irás. —dijo con voz fría.
—Has prometido que me llevarías a mi casa. ¡Lo prometiste! —masculle.
—Aun no hemos terminado de hablar _____—. Acoto.
— ¡Me sorprende lo hombre de palabra que puedes llegar a ser! —dije lo mas sarcásticamente posible. —Si no puedes cumple esta simple promesa, ¿Cómo piensas que pueda confiarte a mi hijo? Es absurdo.
—Maldita sea, cállate y escúchame _____. —ordeno.
—No, no y no. Ya basta. Aléjate de mí—dije empujándolo. Aunque no se movió ni un solo centímetro. Maldito seas Samuel. Opte por moverme yo.
— ¿Te puedes quedar quieta por un momento? ¿No estás viendo todos esos vidrios rotos? —dijo furioso.
— ¿Acaso me crees ciega? Créeme que no me apetece volver al hospital. —replique. —además tu los rompiste.
No respondió. Permaneció callado.