CAPÍTULO 2

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"Todo se oscureció. De repente, me di cuenta de que estaba en un parque, parecía como si acabara de llover, aun así, el cielo estaba completamente despejado, el sol brillaba como nunca en lo alto. Caminé por el húmedo césped hasta que un niño apareció frente a mí con su dedo pulgar entre los labios y sus grandes ojos llenos de lágrimas. Incapaces de comunicarnos, nos tomamos de las manos y comenzamos a caminar en línea recta. Luego de un rato, que parecieron horas, había cambiado el paisaje. El parque había quedado atrás y frente a nosotros se veía una gran mansión con increíbles ventanas doradas. Al voltearme esperando encontrar al niño junto a mí, vi que aquel había crecido, ahora era un hermoso joven, a quien creía no haber visto nunca. Sin decir palabra, me extendió la mano y me invitó a pasar. Sin embargo, en el momento que mis pies ingresaron al lugar, el suelo desapareció, sentí como el vacío me tragaba, y mientras caía, nadie me oía gritar".

Abrí los ojos de un sobresalto. Acababa de tener, otra vez, la misma pesadilla de siempre. Pero ya era una visita tan regular que había dejado de sorprenderme.

Más bien me preguntaba otra cosa. ¿En qué momento me había dormido?

Me quedé mirando la pared frente a mí por al menos un minuto, pensando prácticamente en nada, hasta que finalmente me di cuenta, al ver que el reloj que estaba colgado allí, marcaba las 8 de la mañana en punto. ¡Mierda! Debía haber ido a trabajar hacía quince minutos, seguramente debían estar esperándome en la florería. Para empeorar las cosas, siempre fui de esas personas a las que les generaba mucho estrés llegar tarde.

Di un salto de la cama, corrí al baño a arreglarme mientras pensaba que seguramente Amanda estaba preocupada, rogando que no me hubiese pasado nada la noche anterior, mientras volvía a casa sola durante la tormenta.

Tomé un par de calzas negras que tenía colgadas en el respaldo de la silla de mi escritorio, un suéter rojo que mi padre me había regalado la navidad pasada, y mis botas de trabajo, e intenté vestirme lo más rápido que me permitía el cuerpo mientras bajaba las escaleras a toda prisa. Cuando llegué a la puerta de entrada, me di cuenta de que debía llevar mi pilotín, ya que el día anterior había perdido mi paraguas en mis intentos de huir de un pobre hombre, quien, estaba segura, ni siquiera se había percatado de mi presencia.

En el camino al trabajo, a pesar de ir con el paso apresurado, pude ver a alguien colgar un cartel sobre la madera de uno de los postes de luz de la cuadra, que invitaba a los habitantes de Broadstairs a pasar por la fiesta de apertura de la biblioteca del pueblo, la cual se llevaría a cabo en dos días. Hacía meses ya que estaba cerrada por remodelaciones y a mí me había afectado demasiado. Allá por finales del verano del 66', la biblioteca del pueblo se había vuelto mi segundo hogar. Wendy Maxwell, la bibliotecaria, y yo nos habíamos vuelto grandes amigas, ella me ayudó mucho a superar mi angustia social, además de mi psicoanalista de ese entonces, claro está. Cuando la biblioteca parecía del todo vacía, ella y yo nos sentábamos en grandes almohadones, y junto a una abundante taza de té, leíamos nuestras novelas favoritas en voz alta.

Wendy fue lo más cercano que sentí a una abuela en mucho tiempo.

Recuerdo que, llegando al día de tu nacimiento, una anciana Wendy vino a nuestra casa, había traído una enorme caja con cuentos y ropa para ti. Añoraba conocerte con todo su corazón. De hecho, ella fue quien te nombró Cathy, en honor a Catherine Earnshaw, la protagonista de nuestro libro favorito, Cumbres Borrascosas. De alguna forma u otra decía que te parecerías a ella, aun así, yo deseaba que no tuvieras su carácter, mucho menos un final igual de trágico que el suyo.

Nuestros acantilados blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora