Los eventos del jueves, poco los recuerdo.
Sé que mi amiga y yo empezamos temprano a trabajar debido a que íbamos a usar la mañana para entrevistar cinco candidatos que Lorene y la Sra. Thompson habían elegido de la pila de currículums que habían recibido.
Luego de escucharlos a todos los hicimos pasar por una prueba de habilidades que tomó casi hora y media. Cocinaron, trapearon y sirvieron, algunos de una manera más profesional que otros.
El descanso para el almuerzo nos llegó rápido y debíamos tomar decisiones. Stella había venido desde su tienda a la nuestra para sumarse al debate, y consigo había traído a su bella gatita. Casi no hizo falta discutirlo, había dos personas que habían destacado del resto: Danielle Portbell, una jovencita de diecisiete años que quería trabajar para poder pagar sus estudios en la carrera de medicina, y Eleanor Craig, joven de veintiséis años que había perdido su trabajo y tenía una hija pequeña a la cual alimentar. No había dudas, las dos merecían trabajar en la florería.
Lorene las llamó después del almuerzo para avisarles que esa misma tarde sería su día de prueba. Su idea era que Danielle y Eleanor rotaran turnos, una por la mañana y la otra por la tarde, de manera que el trabajo fuera equitativo. En caso de que mi amiga y yo no pudiésemos asistir, la muchacha restante supliría nuestro lugar. Todo tenía perfecto sentido.
La mejor parte fue que Amanda y yo tuvimos la tarde libre mientras ellas aprendían el oficio. Tomamos nuestras cosas y salimos en búsqueda de algo para ponernos al día siguiente. Mientras tanto, caminamos indiscriminadamente unas cinco veces por delante del ayuntamiento, en un intento desesperado de divisar al dulce Jay. Eventualmente, cuando volvíamos de la última tienda que visitamos, con bolsas colgando de nuestros brazos como nunca, vimos al amor platónico de mi amiga salir por la puerta principal del antiguo edificio. En ese momento sentí como la mano de Amanda apretó con fuerza la mía.
Fui testigo de cómo por un segundo sus ojos se entrelazaron, sus mejillas se enrojecieron, y como rápidamente se despidieron con timidez.
Lo que sí recuerdo bien es que en ningún momento dejé de pensar en él. Pero intentaba no demostrarlo. Sin embargo, mi mejor amiga tenía un superpoder para leerme de principio a fin, y se ofreció a quedarse conmigo una noche más, para cuidar que descansara en lugar de que me desvelara pensando en lo que sucedería al día siguiente.
Poco me costó conciliar el sueño. Apenas mi cabeza tocó la almohada, mis ojos se cerraron y comencé a soñar.
En la cabaña de madera, sobre el monte ventoso, con la música de las hojas de los árboles. El sonido del galope de los caballos a la distancia hizo que se me encresparan los pelos de la espalda. Dejé caer la taza de té al suelo, y esta se rompió en mil pedazos. Corrí hasta la puerta, la abrí de par en par y corrí en búsqueda de Heathcliff. Pero la tierra se abrió bajo mis pies, y mientras oía a su caballo acercarse, ya no vi nada más.
Esa mañana de viernes el sol rajó la tierra. Amanda me dijo que me oyó murmurar cosas mientras dormía, pero que no había podido descifrar bien qué. Me obligó a levantarme más temprano de lo usual para ir a desayunar a lo de Lulu's, ya que ese era un día muy especial para mí y merecía un buen trato.
Me vestí bonita, debo decir, Amanda me había ayudado a elegir un vestido blanco corto sobre las rodillas con detalles de broderie, fresco con mangas amplias, sobre él un chaleco de jean, por último, mi único par de sandalias acordonadas. Recordé que Thomas me había recomendado que me llevara "lo necesario" en una mochila, sin embargo, ¿qué podría serlo? Decidí tomar otra muda de ropa, mis llaves, un libro y una chaqueta de hilo.
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Nuestros acantilados blancos
Roman d'amourAlice Crawford, una sombría mujer de cincuenta años, le ha escondido un secreto a su hija Catherine toda su vida. La historia sobre quién era su padre. Agobiada por la prisa del tiempo que la persigue desde que contrajo una enfermedad terminal, deci...