En mis 20 años de vida, jamás había imaginado que vería algo que se asimilara a la belleza de aquel lugar. Si tuviera que describirlo para quienes jamás lo hubieran visto, diría que era como un laberinto de pasillos que conectaban un lado de la propiedad con su extremo opuesto, bordeando el majestuoso jardín que se encontraba debajo. Estaba hecho con columnas y arcos blancos, los cuales estaban cubiertos por enredaderas majestuosas, lo cual hacía que el lugar se sintiera como un verdadero castillo de cuento de hadas.
Tal vez lo recuerdes, hija mía, pues fue allí donde te llevamos para tu cumpleaños número 16. Para ese entonces ya era un lugar turístico más conocido que en el momento que Thomas y yo lo visitamos. Ese día éramos prácticamente las únicas personas allí, a lo lejos podía ver una pareja de ancianos caminar en dirección opuesta a nosotros, y debajo de la pérgola, a tan solo unos 5 metros, un hombre de mediana edad regaba las plantas.
Thomas me tomó de la mano, me miró con sus ojos destellantes de felicidad y me llevó a recorrer ese increíble espectáculo arquitectónico mientras me explicaba su historia.
—La mansión junto a la que estacionamos hace un rato se llama Casa de Inverforth, pero antes de haber tomado ese nombre en 1925, había sido el hogar del famoso Sr Ronald Aylmer Fisher, un erudito. Luego fue comprada por el vizconde William Lever, un importantísimo noble quien en 1905 decidió hacerse construir esta pérgola, con intención de que recorriera todo el territorio por él poseído, y su objetivo era que éste sea sitio de las fiestas más ostentosas. El hombre era, como se dice, un verdadero cretino, incluso estuvo involucrado en hechos atroces contra la comunidad negra en áfrica. Aun así, al morir, la propiedad quedó en manos de Andrew Weir, 1° barón de Inverforth, y con ello su cambio de nombre en 1925. Pero entonces él también murió, en 1955, y el lugar pasó a ser propiedad del Hospital Manor. En 1959 el jardín y la pérgola fueron comprados por el Consejo del condado de Londres, y luego de ser reformado, finalmente abrió sus puertas al público en 1963 — explicó él al punto de casi perder el aliento. Mientras lo escuchaba, no podía dejar de pensar en lo increíble que era que él supiera todo eso — He oído que el pacto dictaba que no se podía hacer publicidad sobre el lugar, y que solamente debía ser encontrado por aquellos curiosos que se lo toparan en medio de una excursión por el parque de Hampstead Heath. Sin embargo, ellos no contaban con que el secreto se expandiera tan rápidamente. Con el paso de los años, el lugar se ha conocido de boca en boca, lo cual comenzó a atraer a ciertos turistas interesados en su misteriosa historia y el romántico jardín que aquí reside — finalizó él con una sonrisa de orgullo. Yo estaba boquiabierta.
—Por Dios, qué increíble, ¿y cómo sabes tú todo esto? — le pregunté mientras a su vez admiraba la belleza del encantador paisaje a nuestro alrededor.
Ante mi pregunta, Thomas soltó una tierna carcajada.
—Debo admitir que en estos últimos dos meses no he podido alejarme de la costumbre de ser una rata de biblioteca, incluso estando en Londres. Todo comenzó durante las primeras semanas de mi estadía aquí, necesitaba encontrar un lugar tranquilo para pensar pues estaba atravesando un momento muy duro después de haberme ido... En fin, por mera casualidad me topé con un hombre llamado Jacinto, quien me contó que trabajaba como jardinero en un paraje tan majestuoso que me despejaría la mente y me dejaría pensar en paz. Debo admitir que la primera vez que vine estaba algo escéptico, ya que aún no tenía el auto, debía manejarme en metro y el lugar parecía desierto. Claramente, tuve que tragarme mis dudas en el momento en el que me encontré con este sitio tan majestuoso. Jacinto tenía razón, todo era tan perfecto aquí, sentía una inmensa conexión con el lugar, me recordaba a casa, y eso me permitió reflexionar, ¿qué es lo que quieres? Y pues ha funcionado muy bien... Por eso quise traerte aquí, sabía que tendría el mismo efecto en ti — dijo él mientras me guiaba por aquel hermoso pasillo de cuento de hadas hasta unas escaleras que bajaban en dirección al jardín.
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Nuestros acantilados blancos
RomantizmAlice Crawford, una sombría mujer de cincuenta años, le ha escondido un secreto a su hija Catherine toda su vida. La historia sobre quién era su padre. Agobiada por la prisa del tiempo que la persigue desde que contrajo una enfermedad terminal, deci...