Este capítulo contiene únicamente las palabras de Thomas, quien, tras mi pregunta, se volvió a sentar sobre la misma roca en la que lo encontré, y con los ojos fijados nuevamente en el horizonte, comenzó a narrarme su historia.
Cuando nací, mi madre me quiso llamar Thomas Solomon Cliff, y eres una de las únicas personas que saben mi segundo nombre. Tengo veinte años y vengo de Chicago, Illinois, Estados Unidos. Nací el 22 de noviembre de 1950, hijo de un italiano y una hermosa mujer africana, ambos inmigrantes que escaparon de sus tierras y de sus familias para estar juntos, como Romeo y Julieta, aunque solo uno de los dos muere al final... Su amor fue siempre enigmático, juzgado y rechazado por la sociedad. Se quisieron a contracorriente, y a pesar de que intentaron demostrarme que era posible amarse en las diferencias, el mundo parecía decirles lo contrario.
Vivíamos en un barrio muy pobre, donde la comida faltaba seguido y debíamos turnarnos para comer. Sumado a esto, cuando yo cumplí diez años, mi madre dio a luz a mi primer hermano, Luca, y para mis dieciséis, se habían incorporado a la familia los gemelos, Tobías y Leonardo, adorables pero terribles.
Al principio, todo parecía ir bien, sin embargo, meses después, mi madre murió.
Mi padre decidió que debíamos mudarnos de allí, pues Chicago le traía demasiados recuerdos sobre mi madre y su vida con ella allí, así que nos fuimos a vivir a Nueva Jersey, donde mi padre consiguió un muy buen trabajo en el puerto.
A pesar de tener el corazón partido en dos, empecé a resignar muchos placeres para que mis hermanos pequeños pudieran sobrevivir, mi padre necesitaba ayuda económica, así que empecé a trabajar con él. Mientras tanto, mi tía Florence, quien en realidad era una prima lejana de mi padre que vivía por esa zona, nos visitaba seguido para ayudarnos con los niños.
Pero el tiempo pasaba, y mi padre se hundía cada vez más en una fuerte depresión. Cuando mamá murió, algo dentro de él se rompió para siempre. Luego de un año entero de luchar buscando ayuda del Estado, acabó endeudándose hasta el cielo, y la única solución que encontró fue el alcohol.
Mis hermanos y yo nos alejamos de él y nos mudamos con mi tía y su marido, meses después de la muerte de mamá. Ella hacía lo posible para que los cuatro tuviéramos la educación que merecíamos y que nunca nos faltara nada. Trabajaba doble turno como enfermera en un hospital privado, muy prestigioso, en el centro de la ciudad. Sin embargo, contaba con el dinero que yo ganaba trabajando en el puerto.
En ese año, había ganado muchísima experiencia en lo que hacía, y también había hecho muchos amigos, incluso, me había ganado la confianza de los "grandes sapos" en la zona. Me apodaban "cadete", pero yo sabía que mi trabajo allí era muy importante. Estaba orgulloso de lo que hacía, lo había hecho durante tres años, y todo iba de maravilla.
Todo iba de maravilla hasta que, al año siguiente, mi padre apareció de repente en la puerta de casa, borracho, se abalanzó sobre uno de los mellizos y ... Di gracias a Dios haber estado allí ese día, pude lanzarme sobre mi padre y colgarme de él, con todas mis fuerzas, tirándole del cuello para que soltara a mi pobre hermano. Mi tía llamó a la policía, y mientras yo sostenía a mi padre, ella les explicaba entre gritos que yo, su sobrino, estaba deteniendo a mi padre, quien había tenido un ataque violento, y que por favor no me dispararan a mí.
En ese momento no entendía por qué ella se había tomado el trabajo de darles tantas explicaciones.
Le grité que tomara todo lo que tuviera al alcance de la mano y saliera corriendo con los niños, mientras yo lo retenía en el suelo, esperando que llegara la policía. Ella me imploró que no le hiciera daño, pues seguía siendo mi padre, pero yo no podía oírla, mi odio por él había tomado control sobre mis manos y cada vez apretaba más fuerte mis brazos sobre su cuello. Florence, entre gritos y llanto, tomó todo lo que pudo, ropa de los niños, el efectivo que tenía, pasaportes y las llaves de su auto, y salió corriendo con ellos por la puerta. Lo último que vi de mis hermanos fue el gesto de Leo, saludándome con su pequeña mano, mientras mi tía se lo llevaba a cuestas.
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Nuestros acantilados blancos
RomanceAlice Crawford, una sombría mujer de cincuenta años, le ha escondido un secreto a su hija Catherine toda su vida. La historia sobre quién era su padre. Agobiada por la prisa del tiempo que la persigue desde que contrajo una enfermedad terminal, deci...