Joseph estaba parado frente a mí, mirándome con una expresión triunfante. En ese momento no sentí agrado al verlo, sino más bien un intenso resentimiento. ¿Cómo puede ser tan arrogante? Pensé mientras clavaba mi mirada enfadada en sus brillosos ojos.
—Hola, Alice, que coincidencia encontrarte aquí. ¿Saliste de compras? ¿Estás sola? — preguntó él con un extraño tono casualmente burlón, como si yo no fuera consciente de lo que estaba pasando.
Su sonrisa me había parecido extremadamente desconcertante, hacía menos de 8 horas Joe había estado despotricando odio de su bocota de manera incontrolada, en cambio, ahora aparentaba una absoluta serenidad. Inmediatamente, supe que algo estaba tramando. De alguna manera él había averiguado que yo estaría allí ese día, y aquello me enfureció aún más. Odiaba sentir que estaba siendo vigilada.
De repente, un sonido me devolvió a la realidad, la cajera había aclarado su garganta para llamar nuestra atención. Desvié la mirada hacia ella con temor, parecía enfurecida, entonces se me ocurrió mirar detrás de Joe y vi que se había formado una fila de más de cinco personas, quienes estaban esperándonos a nosotros. Avergonzada, tomé de mi mochila mi pequeño monedero, busqué el dinero, se lo entregué en la mano y me disculpé por las molestias que habíamos causado. Por su parte, ella solo se limitó a mirarme de arriba abajo, luego depositó el dinero en la caja, me dio mi cambio, y prácticamente nos echó del lugar.
—Siguiente...
Un sentimiento de vergüenza se apoderó de mí. En cuestión de segundos comencé a caminar con los pasos firmes en dirección a la puerta mientras cuestionaba, arrepentida, por qué había tenido que mentir para ir allí.
Mientras salía, oí que Joe me seguía y estaba intentando contener una carcajada de mala gana. Revoleé los ojos y seguí caminando hacia la calle principal, ignorándolo mientras guardaba lo que acababa de comprar dentro de mi mochila. Como sospechaba, él no había comprado nada, por lo que, efectivamente, había ido allí con el único propósito de encontrarme.
Inmediatamente, recordé a Thomas y comencé a calcular cuánto tiempo me restaba hasta que él regresara. Un fuerte sentimiento de culpa invadió mi pecho por haberlo engañado. Ahora solo quería huir de allí, ya no soportaba la presencia de Joe.
—15 minutos — expresé aparentemente voz alta, ya que justo después lo oí responderme.
—¿Qué sucede, Alice? ¿Estás apurada? — preguntó él, nuevamente en tono arrogante.
Harta de sus estupideces, me di media vuelta pisando fuerte el asfalto con mis sandalias, con una evidente expresión de disgusto y los brazos cruzados.
—¡Sí, Joe, en efecto! — exclamé con los ojos furiosos — He venido porque Amanda me ha dicho que estuviste comportándote como un idiota en la tienda esta mañana, clamando que tienes algo muy importante que decirme. Pues, ya que has sido tan amable de encontrarme, ¿por qué no me lo dices de una vez por todas qué es lo que sabes? — culminé con una mirada fulminante.
Los autobuses y la gente que pasaban por la gran avenida de Piccadilly musicalizaron ese intenso momento. Las expresiones corporales de mi amigo denotaban que ya no estaba feliz, al igual que su triunfante sonrisa, la cual vi cómo se desvanecía en cámara lenta. Mi amigo bajó la mirada hasta sus zapatos, luego miró de lado a lado y por último se abalanzó hasta estar cerca de mí, tanto que podía sentir el calor de su respiración en mi cuello.
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Nuestros acantilados blancos
RomanceAlice Crawford, una sombría mujer de cincuenta años, le ha escondido un secreto a su hija Catherine toda su vida. La historia sobre quién era su padre. Agobiada por la prisa del tiempo que la persigue desde que contrajo una enfermedad terminal, deci...