CAPÍTULO 21

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El camino en el auto había sido silencioso. Thomas iba en el asiento de acompañante, mirando por las ventanas con preocupación. El hombre gigante que había visto dos veces en el mismo día, y cuyo nombre aún desconocía, estaba manejando con mucha cautela. Mientras tanto, yo iba atrás, abrazada a mi mochila, pensando si estábamos en algún tipo de peligro.

Por suerte, el departamento de Thomas quedaba relativamente cerca de la casa de Addeliane, por lo que llegamos allí en menos de cinco minutos. Aun así, nunca había tenido una experiencia tan incómoda en mi vida. Sentía como la tensión se cortaba con cada respiración que daba. Finalmente, arribamos a Dolphin Square. A pesar de que ya era de noche, se notaba que era una zona elegante, a la que claramente jamás me podría haber imaginado visitar. Sentí desde el auto el olor a tabaco caro y cuero, cubiertos de plata y billetes quemados. Era la zona empresarial más lujosa de Londres, y Thomas era inquilino en uno de sus caros departamentos. Estaba anonadada.

Segundos después de que el auto se detuviera, Thomas abrió la puerta, dio un salto desde el asiento del acompañante y corrió a abrir mi puerta. Tomó mi mano y prácticamente me arrastró al interior del edificio que estaba frente a nosotros.

—Thomas... espera... — jadeé mientras él jalaba de mi pobre mano, pero él giró la mirada a mí y apoyando su dedo índice en su boca me señaló que no hablara. Entonces mi corazón comenzó a acelerarse. Tragué saliva y seguí sus pasos sin rechistar.

Una vez estuvimos ante la puerta de hierro, Thomas sacó de su bolsillo un manojo de llaves, buscó desesperado la correcta, hasta que luego de diez segundos lo logró. La puerta se abrió ante nosotros y entramos. En lugar de cerrarla y subir, él me pidió que me escondiera detrás de un florero que había cerca del ascensor, mientras él espiaba detrás de la puerta a que su compañero llegara con los bolsos.

Todo me parecía una extrema locura. Sin embargo, acaté. Escondida detrás de la kentia gigante que estaba decorando la entrada, observé como Thomas se aferraba a la gran puerta, con sus ojos verdes clavados en su compañero, quien, con lentitud, había llegado a salvo al interior del edificio. Podría preguntarme, ¿a salvo de qué? O mejor dicho, de quién... Aún eso no lo sabía.

Una vez adentro, mi amor me tomó del brazo y me levantó de detrás de aquella planta, me guio hasta las escaleras y me pidió que subiera lo más rápido que pudiera. Asustada, tomé mi mochila y comencé a caminar hacia arriba, pero cada dos pasos mi cabeza volvía a mirarlo. No entendía qué estaba pasando, y Thomas no estaba ayudando a mis nervios. Refunfuñó entre dientes y saltó los escalones de dos en dos hasta donde estaba yo. Miró abajo y le hizo una seña a su compañero, quien aún tenía mis bolsos en sus grandes brazos, y este comenzó a seguirnos.

No recuerdo cuantos pisos subimos esa noche, pero sí sé que fueron muchos. Por alguna razón, se habían negado a tomar el ascensor, y yo no tenía las agallas para objetarlo. Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a la puerta número 98. Thomas volvió a sacar el manojo de llaves, cuidadosamente tomó la llave correspondiente y la colocó en el picaporte, dio dos vueltas y abrió.

—Anda — susurró él. Me encogí de hombros y pasé de costado a Thomas, quien me miraba completamente consternado.

Inmediatamente, me olvidé de todo. Cuando él estiró su brazo y prendió las luces del departamento, mis ojos se posaron en la elegante belleza del lugar. Quisiera describir lo que vi detalladamente, pero no me alcanzarían las palabras. Claro, no tenía la misma pureza que el interior de la mansión de la señora Addie, sin embargo, era evidente que ese lugar estaba preparado para recibir gente con muchísimo dinero. Pisos de mármol negro, muebles modernos, una televisión, teléfono, una cocina inmensa con una isla en el centro — también cubierta por el mismo mármol — y toda la tecnología que se podía esperar en los 70'. Sin embargo, toda esa belleza me hacía pensar que todo parecía estar como nuevo, como si Thomas no hubiera vivido realmente allí jamás.

Nuestros acantilados blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora