Catherine

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     Recuerdo con lágrimas el día que te vi por primera vez, eras tan pequeña que podías caber en la palma de mi mano. Tu cabello rizado, tus labios rosados y tus ojos verdes como el pastizal me hicieron pensar que había recuperado la parte de mí que me había hecho falta por tanto tiempo.

     Hoy aquí, postrada en la cama de un hospital, pienso que ya no me quedan días para pasarlos contigo y tus hermanos, a quienes amo y extraño con cada parte de mi cuerpo, sin embargo, es a ti a quien deseo transmitir estas palabras antes de que el tiempo haga justicia y me lleve bien lejos. La terapeuta pública me encomendó que encontrara un pasatiempo que me permita hacer las paces con mi pasado, escribir ha sido, por ahora, el más fructífero remedio, y tú, mi pequeña Catherine, llevas en tu rostro la marca de un pasado al que jamás había logrado volver a recordar, hasta ahora. Tú eres especial mi niña, valiente y soñadora, tal como tu padre. Desgraciadamente, treinta años pasaron desde que naciste y jamás tuve agallas para hablarte de él. Tantas discusiones y remordimientos, tantas peleas en el medio del comedor, tus huidas, mis problemas con el alcohol, me hacen pensar que es por mi negligencia que hoy ya no estás a mi lado. Es por eso que escribo esto, para ti, para que finalmente sepas lo que he estado llorando todos estos años de luto y que tú siempre has sabido en el fondo de tu corazón.

     Espero que para cuando leas esto yo ya no esté para escuchar tus reclamos, pues eso terminaría por destruirme, y no quiero que tú, de todas las personas del mundo, me veas marchitar. En cierto modo agradezco que te hayas ido al extranjero a estudiar, aunque los atardeceres en Broadstairs ya no son igual de bonitos si no estás tú.

     Sin embargo, si a pesar de todo esta historia logra remover en ti el remordimiento que tienes hacia tu vieja madre, y por alguna razón deseas venir a verme, estaré llena de gracia por recibir tu compañía.

     Mientras tanto, perdóname por no haber podido ser la madre que te merecías.

     Te amaré siempre.

     Mamá.

Nuestros acantilados blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora