CAPÍTULO 10

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Podía verlo todo delante de mis ojos, sus hermanos, su humilde casa, sus lágrimas al tener que despedir a su madre y el coraje que tuvo que tener para seguir adelante a pesar de todo el dolor, por el bien de su familia. Lo imaginaba levantándose cada día con una sonrisa, intentando traer alegría a sus corazones, protegiéndoles de cualquier mal, de la pobreza y el racismo, el hambre y la desesperanza. Sentí en mis manos el dolor que debió haber sentido al tener que retener en el suelo a su querido padre, borracho y melancólico por la pérdida de su amor, rogando que la policía no lo confundiera a él con un ladrón o un homicida, simplemente por el color de su piel. Y sobre todas las cosas, escuché su corazón romperse en mil pedazos en el momento en que se eligió a sí mismo, por primera vez en su vida, dejándolo todo atrás, para ir en búsqueda de una nueva vida, una mejor.

Tardé en darme cuenta de que había olvidado respirar durante todo ese tiempo. Thomas volteó a verme, y el aire ingresó a mis pulmones de golpe. Sus hermosos ojos verdes resaltaban debido a las lágrimas que caían por sus mejillas, pero incluso en su momento de mayor debilidad, no olvidó sonreírme.

Entonces todo fue tan rápido, no podía controlar mi cuerpo. Antes de que Thomas pudiera acercarse a mí, salté sobre sus hombros y lo abracé por el cuello, rodeando su cintura con mis piernas, hundí mi rostro en el hueco entre su cabeza y su hombro derecho. A pesar de haberlo tomado por sorpresa, no me dejó caer. Con su brazo izquierdo abrazó mi cintura, y con el derecho acarició mi rostro húmedo, estaba llorando junto con él. Sentía que debía abrazarlo hasta que las piezas rotas de su corazón se volvieran a juntar despacito.

En algún momento, sus rodillas dejaron de aguantar el peso, entonces sentí como comenzaba a dejarse caer a la fría arena. Sin dejar de abrazarme, se sentó con su espalda apoyada en la roca, y con mis piernas a los costados de su torso. Oía los latidos de su corazón acelerarse cada vez más. Estaba mirándome con dulzura mientras acariciaba mi cabello. Llena de paz, finalmente sentí que ese era mi lugar y que él y yo estábamos destinados a encontrarnos, a ayudarnos a salir de aquel agujero de pena en el que estábamos, juntos.

Levanté mi cabeza de su hombro, lentamente, y él me siguió con sus verdes ojos. Respiré hondo, era difícil pensar que aquello no era un sueño, tenía que serlo, jamás me habían mirado con tanto amor. Con mi corazón palpitando a miles de kilómetros por hora, llevé ambas manos a las mejillas de Thomas y las sequé con ambos pulgares, él cerró los ojos y suspiró, como aliviado.

—Te quiero, Alice Crawford— se le escapó de repente. Sus ojos se abrieron de repente y yo retiré mis manos, sorprendida, incluso él parecía estarlo, se le notaba en sus ojos la desesperación, esperando mi respuesta.

—Yo también te quiero, Thomas Solomon Cliff— les respondí sin pensarlo.

Entonces en su rostro se formó una sonrisa enorme, tan dulce, tan pura y sincera, que no pude contenerme más. Volví a tomar sus mejillas y lo atraje hacia mí, hasta que nuestras frentes estuvieron tocándose la una a la otra. Mis ojos estaban clavados en los suyos, sus pupilas estaban dilatadas, su respiración, agitada. El aire frío a nuestro alrededor congelaba el aliento que salía de nuestras bocas y escapaba vaporizado al cielo. Sus manos lentamente se levantaron de mi espalda y se posaron sobre las mías, en sus mejillas. Sentí que estaba dándome el control de todo, a pesar de que no lo hubiera dicho con palabras. Entonces no hubo nada que temer. La armadura que solía protegerme cayó a mis costados, liberándome finalmente del miedo a ser vulnerable nuevamente.

Mientras lo miraba, dubitativa sobre lo que debía hacer, el cielo se iluminó, y segundos después, oímos el imperioso trueno. Coup de foudre, pensé. El nuestro había sido amor a primera vista, y estaba destinado a ser.

Nuestros acantilados blancosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora