F.S.

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-Toma- le dijo mientras le tendía el arma , -y... cuando me maten... llévala al río, déjala en cualquier parte de la orilla lo más lejos que puedas de aquí... y... si de verdad me perdonas, escribe donde puedas un... te quiero-.

Michael se volvió a guardar la navaja en el bolsillo y suspiró antes de abrir la puerta.

Le había prometido a Angie que iba a llevarla al río y que allí escribiría un "te quise", pero ya no podía cumplirlo, así que la odió un poco más por eso.

F. S.

Fortitudo Saludis.

-¡Hola, Ly!- pronunció al salir.

-Hola, Mitch- le contestó ella sin girarse, pues estaba demasiado ocupada en aquellas plantas que, con un poco de suerte, en unas semanas les darían algo de comida. -Si te manda Pope, dile que no pienso darle ni una sola fruta más del huerto, ni siquiera podrida, para esa... mujer- prefirió callarse el insulto, porque sentía que no le merecía la pena regalarle ni siquiera un poco de su rabia.

-No me manda Pope- sonrió aunque no pudiera verlo y cogió las tijeras para sentarse en el suelo junto a ella. -Dame- le quitó aquella rama larga y seca que tenía entre las manos.

Ella entonces lo miró con la ternura que casi nunca se permitía mostrar y suspiró.

-Estoy bien- se adelantó él a responderle, porque la conocía y porque... a fin de cuentas eso era lo único que les interesaba saber a todos.

-Iba a preguntarte si... te ayudó hablar con ella- lo corrigió.

-Se parece a Violet-.

-Me lo dijiste- asintió.

-Mató a Joss de un solo disparo: una fecha... él ni la vio- añadió, como por orden de importancia, como si numerara los motivos por los que no debía odiarla, como si así pudiera convencerse de que no se equivocaba al querer perdonarla.

-Pero lo mató- pensó que era necesario recordarle.

-Estaba sola- otra excusa más.

-Bueno...- meneó la cabeza, porque a fin de cuentas Michael era practicamente como un padre para ella y lo último que quería en aquel momento era discutir con él. -Me alegro de que todo eso te consuele- besó su hombro y volvió a poner toda su atención en la tierra.

-Ly...- la llamó al instante.

-¡Deja de llamarme así, Mitch!- le advirtió con una sonrisa en los labios.

-Fuiste tú la que empezó- recordó, -pero...- suspiró.

-¿Pero?- frunció el ceño, tratando de averiguar qué mala noticia venía a continuación. -Habla, Michael- le ordenó.

Aunque no era eso precisamente lo que más miedo le daba.

-¡Michael!- insistió.

Y, tras otro suspiro, él se sacó la navaja del bolsillo para tenderla frente a sus ojos.

Unos ojos que dejaron de ser cristalinos para enturbiarse ante el recuerdo de algo que no pensaba volver a tener delante.

-Ly...- la llamó con infinita calidez, porque esperaba aquella reacción, esperaba aquella lágrima que cayó por su mejilla, pero eso no impidió que, de igual modo, se le rompiera el corazón al verla.

-¿De dónde la has sacado?- no fue capaz de cogerla, pero tampoco fue capaz de apartar su mirada del arma.

-La tenía ella-.

-¿Quién?- y a cada letra que pronunciaba se le aceleraba un poco más el pulso.

-Ella- repitió y fue a agarrarle la mano, a tratar de hacer que se calmara, a detener todos los pensamientos que sabía que estaban pasando por su cabeza, pero no pudo.

La mujer agarró la navaja y se puso en pie para volver al interior del edificio. Cruzó el pasillo. Bajó las escaleras. Ignoró a Finn y le quitó las llaves a Nolam para abrir la puerta.

Luego se encerró por dentro y se giró hacia ella.

-Arriba- le gritó, ignorando su estado, ignorando que, después de una semana allí encerrada y sin apenas agua ni comida... podía estar incluso muerta. -¡Arriba, joder!- la cogió por la chaqueta, la de Michael, y la levantó del suelo.

Respiraba y, ante su zarandeo, había abierto los ojos para mirarla.

-¿De dónde has sacado esto?- le enseñó el arma.

-¿Qué?- casi no le salió la voz.

-Esto- repitió. -¿De dónde lo has sacado?- bajó ligeramente la voz, esperando una respuesta que le aliviara aquel dolor que pensaba que hacía tiempo que había olvidado.

-Se la di a Michael...- susurró, confundida por su pregunta, por la sed, por el hambre y... sobre todo, por la falta de palabra del hombre, porque él le había prometido llevar aquella navaja al río y no lo había hecho ni lo iba a hacer.

-Lo sé, ahora dime por qué cojones la tenías tú- apretó los dientes tras decir.

-Es mía- se encogió de hombros.

-¿Tuya?- murmuró antes de cerrar el mismo puño en el que tenía la navaja y golpear su vientre con todas sus fuerzas, dejándola caer otra vez al suelo.

-¡Aah!- se quejó.

-¿Dónde la encontraste?- se agachó para volver a preguntarle.

-Es mía- repitió.

Y ella también repitió sus actos, solo que ahora usó su pierna y no se consoló con un solo golpe.

-Es mía- apenas pudo respirar.

Dos patadas más: costado y espalda.

-Vuelve a mentirme y te juro que es lo último que haces- se agachó otra vez y la agarró del pelo para obligarla a que la mirase. -¿A quién se la has quitado?- solo tenía que decirle no había matado a quien la tenía, solo eso.

-Es mía-.

-Te voy a dar solo una oportunidad más- le advirtió.

-Mátame- no iba a decirle otra cosa, así  que podía hacerle lo que quisiera que le daba igual.

Le daba igual porque iba a morir de un modo u otro. Le daba igual porque la última esperanza que tenía de despedirse de Daryl era Michael y él había roto su palabra. Le daba igual porque aquella navaja no estaba en la orilla del río, sino en manos de una mujer de la que solo reconocía su voz.

-Por mí... como si la llevamos al bosque y esperamos a que se la coman los muertos- pronunció con firmeza.

Carol la oyó el segundo día que pasó encerrada allí y ahora, cuatro días más tarde, no entendía ni se iba a parar a intentar entender por qué la golpeaba con tanta rabia y por qué quería saber el origen de aquella navaja.

Pero, ¿qué más daba? Ya ni siquiera le iba a servir para despedirse de Daryl, no volvería a él. Ni el arma ni ella. Se iban a pudrir allí dentro de aquella habitación oscura.

-Mátame- alzó un poco la voz, por si no la había oído bien.

-¡Ly!- escuchó a Michael desde fuera. 

-¿Dónde la encontraste?- acompañó la pregunta de otro puñetazo. 

-¡Ábreme, por favor!- le pidió él mientras aporreaba la puerta. 

-Es mía-. 

Otro puñetazo más. 

-¡Ábreme!- le gritó ahora.

Otro más. 

-¡Es una orden, Leah!-. 

Otro más y luego la lanzó contra el suelo, aunque estuvo segura de que esos golpes ya no los sintió. 

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