Dentro del caos

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Suspiró agotada y, aún así, se levantó por enésima vez del taburete que Daryl le había colocado en la cocina antes de irse.

Harina. ¿Dónde estaba la harina?

Abrió los cajones que tenía justo al lado; bolsas de pan vacías, migas por todos lados, un frasco de galletas a mal tapar...

Bufó y lo sacó todo para dejarlo sobre la encimera. Tapó los frascos y casi lanzó al fregadero un par de recipientes sucios en los que ya no había nada. ¿Eso era suyo o de quienes habían vivido allí antes? Le dio fatiga pensarlo, así que desechó cualquier respuesta que pudiera pasársele por la cabeza y miró a su alrededor para buscar un trapo con el que limpiar el cajón.

Abrió otro, con ollas y sartenes en su interior, lo cerró y saltó hacia delante sin apoyar la escayola de su pie derecho para abrir el siguiente cajón. Cubiertos. El siguiente; trapos.

Cogió uno y, antes de girarse para volver a donde estaba hacía unos segundos, meneó la cabeza y sacó el resto para doblarlos y volverlos a meter en el cajón sin que pareciera que alguien los había lanzado dentro sin más.

Colocó tres, de los diez o doce que debía haber, al que hizo cuatro paró. Estaba sucio y ni se le ocurrió pasarse a limpiarlo. Lo tiraría junto con las bolsas de pan vacías, solo necesitaba encontrar la basura.

Debajo del fregadero, quizás.

Un par de saltos y abrió la puerta para descubrir que sí, al fin algo le salía a la primera, por fin algo estaba en su sitio, aunque no pudo decir lo mismo de la bolsa que debía haber puesta.

Quizás estuviera en otro cajón. Ya había descartado todos los de su derecha, ahora solo le quedaban dos a su izquierda.

Cerró los ojos y respiró profundamente antes de volver a saltar; solo llevaba tres días con la escayola y ya estaba cansada de sentirse inútil cada vez que trataba de hacer algo, derrotada por el hecho de que ni siquiera los niños le permitían hacer cosas por sí misma; agotada en su propio cuerpo, que no le respondía como necesitaba que lo hiciera.

Abrió la puerta de al lado. Botes de salsa de tomate, conserva de verduras y legumbres, algo de arroz, pasta... ¿Estaría allí la harina?

Trató de agacharse para sacar cuanto había delante y poder mirar qué quedaba al fondo. Se permitió sentarse en el suelo y sacó todo para revisarlo y ordenarlo.

Si iban a vivir allí, si aquello era lo mejor para Judith y R.J., debían empezar a tratar aquel apartamento como a un hogar. Buscar un lugar para cada cosa, mantenerlo todo limpio y en orden, alejado de todo aquel caos en el que empezaba a no poder ni respirar.

La harina.

-Bien- susurró para sí y, aún desde el suelo, estiró la mano todo cuanto pudo para dejarlo sobre la encimera.

Se levantó luego, no sin absoluta dificultad, y respiró profundamente al saberse de nuevo en pie.

Cogió la harina y, con otro par de saltos, llegó hasta el plato en el que había dejado la carne. Vertió un poco sobre ella y, cuando fue a removerla, bufó de nuevo, y se giró para meter la mano bajo el fregadero y lavarlas antes de tocar la comida.

Recordó entonces que al abrir la puerta de abajo había visto el aceite y se decidió a cogerlo para aprovechar el movimiento.

Dejó la botella junto a las verduras que antes había cortado y volvió a dar un par de pasos hacia el cajón en el que había descubierto antes las ollas.

La primera no la convenció, pero no volvió a guardarla, ni la segunda, tampoco la tercera. Tenía que encontrar un modo mejor de colocarlas para que fuera más fácil poder sacarlas para usarlas en el día a día. La quinta sí. Cojeó ahora, pues con la olla entre las manos no tenía apoyo alguno para saltar, y contrajo todo su rostro al sentir la punzada que le cruzó el tobillo y parte de la pierna al apoyarla ligeramente en el suelo.

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