Capítulo 2

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Mateo

10: 45 a.m.
 
Entre abro las piernas adquiriendo la posición de descanso militar, llevo ropa de deporte y estoy sudado. El reflejo del sol en el agua de la piscina me molesta, sin embargo, lo ignoro. Y me concentro en los segundos que marca el cronómetro que tengo en la mano. Cuando la personita que nadaba sale de la piscina, detengo los segundos capturando el récord.

—¿Cuánto? —pregunta sofocada Eleonora, el pecho le sube y baja agitado y se dobla poniendo las manitos en las rodillas tratando de recuperar el aire.

—Un minuto cincuenta y ocho segundos —digo enseñándole el cronómetro.

Ella frunce el ceño mientras se cruza de brazos inconforme.

—Lo has hecho bien —la animo para que se calme—. La semana pasada cruzaste toda la piscina en dos minutos dieciocho segundos, has mejorado. 

Ella quiere conseguir el minuto y medio.
No me dirige la palabra, hace un tierno puchero y se quita el gorro de natación tirándolo cerca de una de las tumbonas, su pelo se alborota y  se desborda por sus hombros reposando en su pequeña cintura. Ella alcanza la toalla que estaba sobre la hamaca y se la pone encima del traje de baño, acto seguido se aleja por el sendero de piedra que conduce a la mansión. Aún no hemos terminado nuestro entrenamiento de hoy, pero por su actitud lo doy por terminado.

Suspiro, mirando como su cuerpecito se pierde entre los arbustos podados del jardín. Parece una persona adulta, y me he acostumbrado a tratarla como tal. Le sigo los pasos ya que no la puedo perder de mi campo de visión, tengo que trotar para alcanzarla y la veo cruzar el lumbral de la puerta cuando salgo del área verde.

—Bianca, quiero una ducha —le pide en italiano a su nana subiendo las escaleras.

Bianca me lanza una mirada tímida y se aleja detrás de Eleonora. La sigo con la vista hasta perderla de mi campo de visión. El teléfono me vibra, me alejo echando una ojeada a mi alrededor al tiempo que me lo llevo a la oreja.

—¿Puedes hablar? —me dicen. Es una llamada de Estados Unidos así que me apresuro a que sea lo más breve posible.

—Sí.

—Tenemos una testigo muy importante —me informa—. Pon tu trabajo en marcha, tu encomienda se está demorando demasiado. Tu eres el que está en escena y sabrás cómo manejar las cosas, eres un agente bastante experimentado, pero creo que cuatro años y medio es suficiente para dar un paso —cuestiona mi superior.

Tardo en responder, solo tengo una sola cosa en la cabeza y es: Alessandra.

—Necesito un poco más de tiempo, estoy en ello —hablo con urgencia—. Tengo que colgar.

No espero su respuesta y cuelgo. Me doy una vuelta por la mansión pensativo y maquilo ¿Cómo voy a llevar las cosas?, pero simplemente no se me ocurre nada.

No se me ocurre nada, no tengo pensado nada cuatros años y medio en esta misión no me han sido suficiente, por que me he perdido entre las ramas de mis objetivos, veo a esa niña como una hija, y la quiero como tal, aunque a veces sea difícil de tratar la quiero, he creado un vínculo afectivo que no me deja avanzar y no solamente con ella.
Las ganas de fumar me aturden, y me duele la cabeza, dejo de pensar tanto o el estrés me ganará y volveré a caer en la nicotina, once días sin fumar no son suficientes como para no tener una recaída.

Media hora después subo a la habitación de la niña tocando antes de entrar . Entro viendo a Eleonora sentada en su mesita de madera con el tablero de ajedrez listo para una partida. Tiene un vestido blanco holgado, se mantiene erguida mientras Bianca le cepilla el pelo.

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