Capítulo 11

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Franco
 

—¿Entonces te gusto? —pregunto con una miradita coqueta.

—Quiero que me enseñes cosas —responde Anastasia con su vista perdida.

No estaba seguro de traerla aquí, pero ella insistió. Se muestra con naturalidad ante el escenario deliberado que tenemos al frente, pero sé que le sorprende.

—Puedo enseñarte todo lo que quieras incluso podemos practicarlo…

De la nada una mano gira velozmente a Anastasia. Visualizo a Alessandra luciendo molesta.

—¿¡Qué están haciendo aquí!? —farfulla con el entre cejo fruncido.

—Mamma, no es…

—¿Lo que estoy viendo?  —la interrumpe—. ¡¡Vámonos!!

Le sujeta de la mano y la lleva entre la multitud hacia la salida. Las sigo apretando los labios en línea recta.

Salimos dejando el ruido a nuestra espalda, hasta que la música se esfuma.

—Ella no tiene la culpa —disuado siguiendo sus pasos—. No debí traerla.

Alessandra se detiene de sopetón.

—Por supuesto que ella no tiene la culpa —sisea—. Joder, Franco, no es un lugar para ella y lo sabes.

—Mamma yo le pedí…

—¡Tu nada! —la interrumpe—. El adulto aquí es él, os di confianza para que salgan un rato y por lo visto me equivoqué. No tengo que ver ni imaginarme nada más, os quiero a dos metros de distancia a los dos.

Sentencia.

Me clava una mirada asesina poco habitual en ella,  incluso dudo en hablar.   

Al ver que no auguro palabra retoma la marcha y se va hacia uno de los ascensores, entramos los tres en un silencio electrizante.

—No se lo digas a Jayden —susurra Anastasia tomada de la mano de mi cuñada—.  Por favor.

—Ya veremos —rezaga como respuesta.
Salimos del ascensor, Alessandra está tan molesta que desvío mis pasos hacia la zona “B” dejándolas a ellas ir a la zona “A”, ella se adentra por el pasillo hasta perderse de mi campo de visión.

La nieve cubre mis zapatos y creo tener algo pegado parecido a chicle, pero no estoy seguro, saco el móvil para iluminar mejor ya que por la hora la luz es casi tenues y la mayoría duermen.

Abro mucho los ojos cuando veo que tengo 32 llamadas perdidas de mi padre. ¡Que rayos! Marco devolviéndole la llamada, y no llega al segundo tono cuando descuelgan.

—¿Estás en Canadá? —la voz ronca de mi Fabio.

Frunzo el ceño, tenso y distante.

—Sí —respondo con desgana.

 —Tengo una propuesta que nos va a interesar a los dos.

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