Capítulo 5

800 72 42
                                    

 
Jayden
 

 
Bajo del coche con la rabia corriendo por mis venas. Recargo la metralleta que tengo en la mano, sin dejar de adentrarme en la reyerta. «Di la orden de que maten a quien sea que se interponga y no tenga información». Soy preso de la demencia, ahora mismo no estoy en mis cabales, y no lo estaré hasta que no aparezcan mi mujer y mi hija.

Los soldatto rodean la zona, detonan bomba lacrimógenas, disparan y buscan como locos.  Está la federal, pero muchos de ellos se han marchado y lo que quedan no son suficientes para igualarnos.

Rodeamos la zona, permití que mis hombres buscaran en las áreas más retiradas y yo me centré en las que me parecían más obvias. Así pasó casi una hora en donde no había más que el testimonio de una mujer que dice que “cree" que vio a Eleonora, pero no está segura, dice haberse retirado en cuanto escuchó disparos.

Entro a la torre de control, y busco en cada maldito rincón. Los presentes alzan la mano apenas verme entrar y no hacen el más mínimo intento de poner objeción. Como perro por su casa, abro las puerta de los compartimientos, asegurándome de que no hay nadie en ellos.

—¡Señor, el área está despejada aquí no hay nada! —dicen en la puerta.

Miro rápidamente hacia el lumbral visualizando a Mateo. Súbitamente me precipito hacia él, y lo encañono metiéndole la pistola en la boca.

—Tranquilo, tranquilo —se exalta alzando las manos.

—¿Dónde coño te habías metido? —gruño furioso—. ¿Por qué no estabas haciendo tu puto trabajo?

—¡Lo hice! ¡Lo hice! —habla rápido cuando percibe que le voy a disparar.

—Habla —siseo ceñudo cuando veo que parece tener información.

Mateo da un golpe seco en el metal de la pistola que lo asfixia y le impide hablar con normalidad. Aflojo mi agarre lo justo para que pueda respirar.

—Hice lo imposible para que no se llevaran a Eleonora, y estuve a punto de conseguirlo, si no fuese por que vi que también tenían a Alessandra y amenazaban con matarla, traté de calmar la balanza, pero las cosas se pusieron feas. —Hace una mueca tocándose el bíceps y apenas me doy cuenta de que está herido—. Eleonora estaba en un saco, Alessandra intentó correr con ella y le dispararon, las llenaron de balas, supe que no había nada que hacer cuando el saco dejó de moverse, y Alessandra ni siquiera se movía. Intervine y me hirieron en el tobillo, pensé que me matarían, pero dijeron que me dejarían vivo como mensajero, para advertirte que las cosas tarde o temprano se pagan y que es mejor que dejes las cosas así.
Tose y lo suelto rígido.

No le creo, no le creo, pero tengo dudas, el simple hecho de que lo que me esté contando sea cierto me pone mal, tengo la cabeza aturdida y un mar de furia haciendo erupción en mi interior.

De la nada me siento vacío y perforado. Meter la mano en ácido dolería menos. «No le creo, no le creo», me repito una y otra vez en mi cabeza.

—¿Estás seguro de lo que estás diciendo? —siseo ronco por el estrangulamiento de mi garganta. Él asiente—. ¿Quienes fueron? —bufo.

—Tenían rasgos asiáticos —responde y no titubea al hablar—. Se llevaron los cuerpos de ambas, escuché algo de quemar, no vale la pena buscar los cuerpos no lo vamos a encontrar.

Desenfreno Donde viven las historias. Descúbrelo ahora