Capítulo 6

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Franco


Canadá/ Monasterio Santa Clara.

Hace frío, empiezan a caer los primeros copos de nieve y la sensación de frio es mucho más abrumadora que en Italia donde todo incluyendo las piscinas están climatizadas, y por el momento no nevaba e incluso habían días buenos cuando salía el sol.

Conduzco en silencio mientras Anastasia mira a través de la ventana, está muy callada y me es imposible no mirarla de vez en cuando. Nunca hemos sido muy cercanos, todo su tiempo, su atención y demás la tenía clavada en Massimo, el hijo de los Caruso, nunca me ha caído bien ese tipo.

El pavimento se vuelve un poco más resbaladizo a causa de la nieve y disminuyo la velocidad, llevo el estrés de las horas de vuelo y aunque no tenía que conducir si no quería, quise hacerlo.

—Mi madre lo era todo para mi, siempre me apoyó, siempre estuvo ahí para mí, lo era todo —susurra muy bajo.

—Sé lo duro que es… —respondo en su mismo tono.

Distingo que está llorando por los hipos. Con cuidado de no descuidar mi trayecto estiro mi mano y sujeto la de ella con cierta delicadeza, desde que Mateo nos dio la noticia no para de llorar, está destrozada. Y me duele la situación, me duele mi cuñada, y mi sobrina, pero también me arde duramente verla así.

—Ya no tengo a nadie —continúa—. La vida ha sido demasiado dura conmigo y ya no lo soporto más.  —Se limpia los mocos—. Ya no quiero vivir.

Suelta.

—No digas eso, mi hermano es bastante duro y quizás complicado, pero te tiene aprecio —murmuro.

—Jayden no me quiere, nunca me ha querido y yo tampoco lo quiero —se desahoga y vuelve a romper en un sollozo.

Con cuidado me estaciono. No es un lugar adecuado pero de todas formas lo hago. El silencio llena el lugar y me concentro en brindarle toda mi atención.

Levanto su mentón buscando su mirada.

—También te aprecio —confieso. Me mira casi sorprendida, pero su semblante decae muy rápido y desvía la vista—. Siempre has estado muy ocupada en tu propio espacio y no te has dado cuenta de que hay más personas a tu alrededor que te quieren.

Fija sus ojitos húmedos en los míos, tiene los ojos rojos e hinchados y aun así sigue siendo deslumbrantemente hermosa. El verde de sus iris brilla más que nunca y el vaho se cuela entre sus rosados labios. Tiene la punta de la nariz roja por el frío y eso no hace más que sumarle atractivo a su carita.

—Ni siquiera somos amigos —balbucea—. Pensé que tu también me odiabas.

Medio sonrío y le alcanzo la mejilla apartándole un mechón en un gesto preciso, cariñoso.

—¿Por qué te odiaría? —susurro. Lentamente se encoje de hombros—. ¿Tu me odias?

Pregunto.

—No…  —arrastra su respuesta.

—Entonces doy por hecho que podemos ser amigos —comento.

—Sí. —De repente parece tímida ante la situación y nuestra cercanía, desvía la vista hacia el frente y se calienta las manos con el vapor de su boca.

Vuelvo a encender el motor y  me vuelvo a adentrar a la carretera, mientras muestro una media sonrisa, ahora me considera su amigo un paso es un paso.

Unos minutos después el GPS me ubica en el lugar exacto donde esta la entrada del monasterio, apenas me acerqué a un puente el portón de hierro se comenzó abrir. Desde la distancia veo a dos monjas esperándonos cerca de una fuente. Todo luce tal y como me comentó Jayden en algunas ocasiones, y tengo entendido que quien nos va a recibir es la hermana Dolores y la hermana Carmen.

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