Capítulo 2: En la boca del lobo

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Por el resto del día, Kian consiguió sobrellevar las demás clases y pasar por alto las caras escépticas de sus profesores al verlo atendiendo a cada una de ellas.

Tampoco le pasó desapercibido el par de clases que compartía con Kent Burgess, pero este había permanecido rígido al notarlo y se esforzó por no dirigirle la mirada, ni la palabra. Bien. A Kian le daba exactamente igual, pero aquello demostraba quién de los dos iría a sufrir si alguno de los profesores amanecía con hambre de caos como para emparejarlos en algún proyecto.

Al día siguiente, las llaves de la Jeep volvieron a aparecer en la mesa del vestíbulo, junto con su mochila y una nota escrita a mano con la letra de su madre.

Encontré tus llaves y la mochila. Sabes que te quiero más que a nadie

Kian contempló el sencillo renglón con ojos entrecerrados, pero no tomó la nota ni las llaves. Nadie mejor que él sabía que eso era un intento de manipulación de Jennifer bastante gastado, y hacía mucho tiempo que dejó de caer en la misma trampa una y otra vez. Era absurdo que ella podía darle una bofetada en una mejilla mientras le acariciaba la otra.

Con Jennifer todo era ambivalencia y no existía una solución infalible. Si él trataba de estar bien con ella, Jennifer lo hacía pedazos. Y si él se alejaba para poner distancia de su maltrato, ella se deshacía en dulzura y "actos de bondad". Hasta que Kian entendió que eso era precisamente el círculo vicioso en el que lo quería tener atrapado, de modo que optó por mantenerse lo más alejado posible, y desde el día anterior la había evitado a toda costa, llegando del Nightmare lo suficientemente tarde como para que estuviera dormida, y yéndose a la escuela lo suficientemente temprano como para no topársela.

Era tan temprano que cuando llegó a Dancey High había pocos alumnos recorriendo los pasillos y difícilmente se cruzó con alguien mientras subía por las escaleras rumbo al casillero que le acababan de reasignar el día anterior. Su mochila estaba pesada y necesitaba descargarla.

—¿Kian? ¿Qué haces aquí tan temprano?

Los pasos de alguien se detuvieron junto a él y miró sobre su hombro un momento antes de regresar la atención al interior del casillero.

Gil lo miraba con un ligero asombro.

—Sí que te estás tomando en serio esto de tu segunda oportunidad —continuó Gil, a pesar del silencio de Kian, y lo observó sacar la mayor parte del contenido de su mochila para apilarlo dentro del casillero. Después empujó la puerta para cerrarla y se echó la mochila al hombro, retomando la marcha por el pasillo.

—¿Es un crimen llegar temprano? —inquirió, consiente de que Gil lo seguía.

—No, pero en ti es inusual.

Kian se encogió de hombros.

—¿Y tú qué haces tan temprano?

—Yo siempre llego temprano. Mi abuela necesita tomar sus medicinas a las cinco de la mañana, y después de eso no tengo nada mejor que hacer. Ah, por cierto, ayer te buscaba el entrenador, pero ya te habías ido.

—Lo veré después —murmuró Kian distraídamente, desviando la mirada hacia la ventana a lo largo del pasillo.

Gil siguió diciendo algo, pero Kian se perdió en la vista de los alumnos que estaban llegando, formando corros en la explanada principal, acaparando las escalinatas y llenando el aparcamiento. Dentro en el pasillo comenzaba a incrementar el eco de las voces y las suelas de los zapatos chirriando contra el suelo recién pulido por el comienzo del ciclo escolar. En cuestión de pocos minutos, el ambiente ya se sentía atestado.

TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora