Capítulo 25: Confesiones de un corazón roto

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El resto de la tarde la pasó encerrado en la habitación.

Sus compañeros de cuarto llegaron un par de horas después y se tornó un escándalo cuando se pusieron a jugar en la consola portátil que uno de ellos llevaba. En algún momento lo invitaron a unirse, pero Kian simplemente negó con la cabeza. Todo le parecía tan irreal que ni siquiera se reconocía a sí mismo y se encontraba a cada rato dudando si era un sueño o no, a pesar de que toda la evidencia apuntaba a que era de verdad.

Casi a la media noche, cuando todos se acostaron y las luces se apagaron, todavía podía ver la escena de él y Livy a lado de la piscina. Había sentido su cuerpo cálido y suave bajo sus palmas. Le había probado los labios como tanto añoró, y se había embriagado de ella tanto como la locura se lo permitió.

En medio de la oscuridad y las respiraciones pausadas de sus compañeros, Kian se echó sobre la espalda y apretó los ojos, restregándolos con las manos. Tenía miedo de lo necesitado que se había sentido en ese momento. No solo era por las reacciones naturales de su cuerpo y lo que le exigían, sino porque..., quería más que eso. La quería a ella. Quizá ya era el momento de afrontar las cosas y parar de engañarse, de fingir que podía con ello, y de jugar a alejarse como si ambos fueran radiactivos.

No sabía qué iba a decirle y probablemente sería bastante difícil, pero era consciente de que, después de lo que pasó, sería todavía más difícil volver a la normalidad y hacer como si nada una vez que volvieran a la escuela.

Ser algo ella y él... No quería pensarlo. Aunque secretamente fuera algo que anhelara y lo saqueara cada vez que le atravesaba la mente, seguía pensando que no era conveniente para ella, pero de alguna manera tenían que asentar algunos acuerdos y límites si quería mantenerla segura. Y la única manera que se le ocurría era que no se repitiera lo que había pasado entre ellos.

Soltó un trémulo suspiro, mirando el techo a oscuras.

Necesitaba tener una seria conversación con Livy. 

«Tenemos que hablar», fue el mensaje que le mandó tan pronto como amaneció

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«Tenemos que hablar», fue el mensaje que le mandó tan pronto como amaneció. Se había aguantado durante toda la noche las ganas de escribirle, pero no lo hizo porque no quería despertarla, y tampoco quería tener esa conversación por chat, aunque fuera más fácil de enfrentar por escrito. Al menos ella se merecía que le diera la cara.

El partido de rugby comenzaría a las ocho de la mañana, pero una hora antes ya estaba abordando el autobús que llevaría al staff al estadio para prepararse en sus puestos. Kian esperó que se le asignara alguna tarea, pero el coordinador aún no aparecía y corrían los rumores de que lo estaba retrasando una terrible resaca.

Los visitantes fueron llegando lentamente al paso de los minutos, pero cerca de la hora del partido la afluencia creció y tuvo que tomar la iniciativa de contestar las mismas preguntas de las personas desorientadas que no encontraban sus asientos.

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