Sí que importaba.
Importaba porque todavía podía sentir el rastro del tacto de ella, aferrándose a él. El calor de sus lágrimas traspasándole la camisa.
Durante las últimas clases no pudo concentrarse nada. Pensaba en Livy con insistencia, en cómo lo había buscado y en todo lo que le había dicho.
Ahora que su cabeza se asentaba, se le ocurrieron un puñado de preguntas que no le hizo sobre..., sobre su familia y su... ¿mal? ¿Enfermedad?
Demonios, ¿pero qué clase de enfermedad podía causar una metamorfosis tan sin sentido? Parecía ridículamente fantasioso, y lo más inquietante es que Livy no parecía estar mintiendo.
De súbito, un escalofrío le recorrió el cuerpo.
Ella también había dicho que esa extraña situación solo le ocurría a la familia paterna, y sin lugar a dudas ahora entendía que la madre de Livy debía estar al tanto y por ello intentó proteger el secreto noqueando a Kent. Además, Kian ahora también sabía que no solo le ocurría al entrenador Gellar; aunque Livy se exceptuó, había hablado en plural, ¿cuántos miembros más vivían con ese problema? ¿Qué tenía que ver el agua con todo eso? ¿Por qué solo ellos? ¿O quizá había más familias a las que les ocurriera? ¿Tendría oportunidad de hacerle más preguntas a Livy?
Carajo.
Se llevó las manos a la cara, restregándose los ojos. En ese instante, la campana del final de clases chirrió.
—Has estado mirando como zombi el mismo punto toda la clase, ¿ocurre algo? —La voz de Gil lo alertó desde la banca de al lado. Kian había olvidado que Gil estaba ahí, y se le quedó mirando un momento sin poder articular una respuesta. Su cerebro no cargaba.
Gil debió interpretar aquello como algo grave, porque lanzó una mirada furtiva hacia la puerta del aula y aguardó a que el último alumno saliera para inclinarse un poco hacia Kian y decirle en voz baja:
—Si necesitas quedarte en mi casa hoy, adelante.
Kian parpadeó, confundido. Pero, aunque no había sucedido nada con Jennifer —al menos no nada fuera de lo normal—, la propuesta captó su interés y redujo las ganas de llegar a casa. Necesitaba un lugar para pensar con tranquilidad, y no lo conseguiría en el mismo perímetro que su madre. Así que dejó escapar un suspiro resuelto y asintió con la cabeza.
—Bien, te espero en la salida —ofreció Gil.
—No es necesario —repuso Kian, poniéndose de pie mientras se enganchaba la mochila al hombro—. Tú adelántate a la estación, yo llegaré en la bicicleta. No tengo prisa.
Fue el turno de Gil de asentir, observándolo detenidamente, sin poder apartar la sensación de que Kian estaba bastante ensimismado. Aunque era paradójico porque siempre estaba así, pero ahora parecía distinto. Sin embargo, decidió que no se metería en sus asuntos y separaron caminos tras despedirse en la puerta.
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Tinieblas
RomansaReservado, misterioso, exótico..., y lleno de problemas. Kian Gastrell tiene la combinación perfecta para el desastre. Pero su mundo lleno de oscuridad y grises comienza a fisurarse cuando conoce a Livy Gellar, la chica más llamativa y colorida del...