Si ella había recibido su carta o no, no lo supo. Y probablemente no iría a enterarse.
Poco después de haberla depositado en el buzón, comenzó a arrepentirse. Pero de alguna forma le aliviaba pensar que tal vez Gil tenía razón con que probablemente ella recibiera tantas cartas, que la miserable hoja doblada por la mitad que él le había enviado se perdiera o se traspapelara y nunca llegara a su casillero, o al menos ella no le diera importancia. Contaba con ello.
Al siguiente día, por la mañana, se despertó incluso antes de que la alarma sonara, y mientras se pasaba el cuello de la camiseta por la cabeza, escuchó que alguien tocaba la puerta tímidamente. Kian reconocía esa forma de llamar. En los últimos días, Annie se aventuraba a subirle el desayuno a pesar de que él le había insistido en que no era necesario arriesgarse, no obstante, ella era demasiado terca y demasiado preocupada como para hacerle caso.
Se apresuró a bajarse la camiseta por el torso con una mano, mientras que con la otra alcanzó la perilla de la puerta. Pero el rostro de Annie en el pasillo no era el sonriente y cómplice que cargaba una bandeja hasta ahí cada mañana. Kian dejó de respirar y las alarmas se dispararon en su mente al ver la expresión afligida que la mujer intentaba contener con todas sus fuerzas, con ojos brillantes, como si también estuviera aguantando las ganas de llorar.
—Annie, ¿qué...? —empezó a decir, alarmado, pero ella lo interrumpió apresuradamente:
—No pasa nada, solo vengo a despedirme de usted.
La mano que él tenía agarrando la puerta se apretó al igual que la que agarraba el marco, tal vez para sostenerse mientras sus ojos fueron directos al par de sencillas bolsas de aspecto pesado que ella cargaba en cada hombro. Desde que Annie había pisado ese lugar, jamás la había visto sin el modesto y anticuado uniforme negro porque Jennifer no les permitía vestir con sus propias ropas a los empleados que vivían en la casa. Verla ahora abrigada con otros colores lo desconcertó tanto como le dio un mal presentimiento.
Sin pensarlo dos veces, la tomó del hombro, haciéndola entrar en la habitación. Luego cerró la puerta, estudiando el rostro de la anciana.
—Annie, ¿qué pasó? ¿Por qué te estás despidiendo? —inquirió, tratando de mantener la calma.
Ella apretó los labios, y el esfuerzo hizo que le temblara la barbilla. Agachó la mirada, incapaz de sostenérsela.
El ceño de Kian se frunció al sentir cómo la angustia le mordía los sentidos.
—Annie...
Ella siguió rehuyéndole la mirada incluso cuando él le apoyó las manos en los hombros y se inclinó para que sus ojos quedaran a la misma altura.
—Está bien, puedes hablarme. Dime qué pasó.
Sin alzar la vista, Annie negó con la cabeza. Kian intentó respirar, sintiéndose al mismo tiempo agradecido de que ella no lo mirara porque, si lo hacía, se daría cuenta de lo poco que él estaba controlando su preocupación, y lo último que quería era hacerla sentir peor.
—¿Fuiste tú la que decidió irse? —le preguntó, tanteando, tratando de modular la voz para mantenerla lo más estable que podía.
Ella titubeó, pero finalmente hizo que no con la cabeza.
Las manos de Kian le presionaron los hombros, y cuando volvió a hablar, no fue capaz de evitar el tono tan frío que hasta el aire dejó de circular al hacerle la siguiente pregunta:
—¿Fue Jennifer quien te despidió?
—Discúlpeme, debo irme. Perderé el tren... —Annie se dio la vuelta, apartándose de sus manos, pero Kian estiró un brazo, interponiéndolo en su camino antes de moverse hacia la puerta para recargar la espalda en ella, bloqueándole la salida.
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Tinieblas
RomanceReservado, misterioso, exótico..., y lleno de problemas. Kian Gastrell tiene la combinación perfecta para el desastre. Pero su mundo lleno de oscuridad y grises comienza a fisurarse cuando conoce a Livy Gellar, la chica más llamativa y colorida del...