Capítulo 16: Abrazos desesperados

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Gil era el único que quedaba en el pasillo silencioso minutos después del toque de salida. Estaba terminando de acomodar sus libros dentro del casillero, y cuando cerró la puerta, sufrió un sobresalto al encontrar que detrás de ella lo estaba observando una figura alta, grande y oscura.

Con la mano en el corazón, se dio cuenta de que no era ningún espectro, sino Kian.

—Diablos, eres tú —empezó a decirle, masajeándose el pecho— ¡Qué clase de hechicería usas! Ni siquiera haces ruido.

—Gil..., necesito pedirte un favor —dijo Kian, con la voz ronca.

Gil frunció el entrecejo. Aún no recuperaba el aliento por la impresión y soltó de forma brusca:

—Pues claro que sí, ¿ahora qué quieres?

—Crees que... —murmuró, pero las palabras perdieron fuerza en su boca. Encontró que no podía seguir sosteniendo la mirada de Gil, así que la desvió hacia un lado y empezó de nuevo—: ¿Crees que pueda quedarme en tu casa por esta noche?

Gil parpadeó, desconcertado por la petición. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo mal que lucía Kian. Tenía unas marcadas ojeras bajo los ojos que lo hacían ver cansado y miserable.

—Cla-claro, no hay problema —repuso Gil, cambiando enseguida el tono por uno más amable.

—Gracias. Te veo allá.

Sin más se dio la vuelta, comenzando a alejarse por el pasillo antes de que Gil tuviera oportunidad de preguntarle qué había pasado. 

Kian se ofreció a hacer la cena, pero Gil se negó, sorprendiéndose al mismo tiempo de lo dócil que parecía su compañero, y la poca resistencia que mostró cuando le sugirió que esperara en la habitación prestada

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Kian se ofreció a hacer la cena, pero Gil se negó, sorprendiéndose al mismo tiempo de lo dócil que parecía su compañero, y la poca resistencia que mostró cuando le sugirió que esperara en la habitación prestada. Kian solo se limitó a encogerse de hombros y dar la vuelta para irse escaleras arriba.

Algo no estaba bien con él. No se sentía normal. Desde luego Kian Gastrell no era la persona más comunicativa del mundo, pero el silencio que guardaba ahora era distinto. Más lúgubre y antinatural.

Más tarde, cuando llamó a su puerta anunciando que la cena estaba lista, obtuvo los mismos resultados: Kian hacía caso enseguida como si se hubiera vaciado por dentro y solo estuviera en función de órdenes para moverse en modo automático.

En la mesa, la abuela de Gil volvió a parlotear la misma historia acerca del apuesto novio de su juventud al que Kian le recordaba, y aunque asentía hacia ella a manera de indicarle que le estaba prestando atención, Gil intuía que seguía sin estar ahí. Incluso parecía que comía con dificultad porque apenas había tocado lo que había en su plato.

Tras terminar su historia, la anciana declaró que estaba cansada. Gil la llevó hasta la habitación, y cuando regresó a la mesa, Kian seguía ahí, con la cabeza gacha, mientras que con el tenedor pasaba el último espárrago de un lado al otro del plato.

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