Capítulo 19: Westminster

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—¿Quién es ella? —inquirió Jennifer, y por la forma en la que apretaba el volante, seguro nada bueno resultaría de esa conversación.

Kian entendió que podía hacerse el tonto y responder con otra pregunta tipo «¿a qué te refieres?», pero también tenía muy claro que, respondiera lo que respondiera, Jennifer se pondría histérica, así que mejor se ahorraba el rodeo.

—Nadie —dijo él, satisfecho por el desinterés con el que había sonado su voz. Luego apoyó el codo sobre el reposabrazo de su ventana, recargando la barbilla sobre los nudillos.

—¡No me mientas! —espetó Jennifer, pisando bruscamente el freno al tiempo que propinó un manotazo al volante con tanta fuerza que le dio al claxon.

Kian llevaba el cinturón puesto, pero por reflejo se aferró al asiento con una mano, y luego miró a su madre con el ceño fruncido, irritado.

Ella se había detenido en un alto, pero los peatones que aprovecharon para cruzar la calle se detuvieron asustados por el repentino claxon que les reventó los oídos. Cuando reaccionaron, comenzaron a fulminar con la mirada hacia el parabrisas de la camioneta —no podían verlos en el interior porque los cristales estaban entintados—, y siguieron con su camino.

Nadie dijo nada. Cuando se puso el verde y Jennifer arrancó, pasaron más minutos en un aplastante silencio. Ella respiraba tan fuerte que Kian podía escuchar sus bufidos.

—¿Estás saliendo con ella?

Kian aspiró aire profundamente, volviendo a su posición ensimismada hacia la ventana. Estaba terriblemente arrepentido de haber subido a ese vehículo. Pero debía recordarse que tal vez habría sido mucho peor si no lo hacía.

—¡Contéstame, mierda!

—¡No! —exclamó él, exasperado, volteando hacia ella, visiblemente molesto— ¿Pero a ti qué más te da? De todas formas la verdad no te es suficiente.

Los ojos de ella estaban puestos en el camino, furiosos. Sus fosas nasales se dilataron y una vena le saltó en su porcelanizada frente.

—Carajo, solo estoy tratando de protegerte de que no vuelvas a caer tontamente con otra zorra como tu ex noviecita Freya. Eliges pésimo —soltó con desprecio, esbozando una mueca de asco al mencionar ese nombre.

Por décima vez, Kian respiró tan hondo que se le cerraron los ojos.

—¿Cómo se llama esa chica?

—No es nadie y no estoy saliendo con ella. Olvídalo.

—¡No me hagas pasar por una imbécil, Kian, te lo ad...! —Ella se había girado hacia él para apuntarlo con un dedo amenazador. En ese instante, otro auto oprimió su claxon como una desesperada advertencia, muy cerca de ellos.

Con cada segundo que pasaba, Jennifer conducía más y más rápido, perdiendo la atención hacia sus alrededores, tanto que, por ir discutiendo con Kian, no se dio cuenta de que estaba comenzando a invadir un carril y se encontraba a nada de chocar contra el auto que les levantó el claxon. Ella reaccionó de inmediato y enderezó la dirección, pero no parecía inmutada por el riesgo en el que estaba metiendo a ambos y a los demás.

Kian había estado en una situación así antes, con su madre al volante. Y aunque le ponía los nervios de punta, había aprendido que tenía más posibilidades de sobrevivir a un choque dentro de la camioneta, que arrojándose imprudentemente de ella en movimiento.

—Si no me dices quién es, la investigaré, ¿eso quieres?

Kian resopló, a punto de pensar que mejor sí prefería arrojarse.

TinieblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora