Capítulo II parte 6

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Anna que no se hallaba en casa al producirse la tragedia, se encontró al regresar que su marido la esperaba en el vestíbulo.

-Stephen se ha portado mal. Uno de sus arrebatos de mal genio -le dijo-. Está arriba, en su cuarto.

Pese a que evidentemente su intención al guardar a Anna había sido interceptarla para ser él y no algún miembro de la servidumbre quien comentase lo ocurrido, sir Philip imprimió a su voz un tono de ligereza. Añadió que pensaba despedir a Collins y al lacayo y que respecto a Stephen, como  él ya había mantenido una larga conversación con ella, lo mejor era que Anna no diese excesiva importancia al incidente, puesto que no había sido más que una rabieta.

Anna corrió escalera arriba para ver a su hija. A ella que había sido una niña muy pacífica, los estallidos de Stephen la dejaban impotente, aunque así y todo, esta vez se preparó para lo peor, sin embargo, encontró a Stephen sentada, con la barbilla apoyada en la mano, mirando tranquilamente por la ventana; por más que todavía tuviese los ojos hinchados y estuviera pálida, no mostraba otros síntomas de emoción; incluso al ver entrar a Anna sonrío, con una sonrisa un tanto rígida. Anna le habló con cariño; Stephen la escuchaba, asintiendo de vez en cuando con la cabeza, con aquiescencia, pero a pesar de esos gestos Anna se sentía incómoda, como si intuyese que por  algún motivo la niña quisiera tranquilizarla; aquella sonrisa, aquella sonrisa tan poco infantil, estaba destinada a tranquilizarla. Pronto descubrió que quien hablaba era ella, la madre. Stephen no quiso mencionar su afecto hacia Collins; sobre este tema guardó un firme y obstinado silencio. Tampoco excusó ni justificó la acción de haber arrojado un trozo de tiesto a la cara del lacayo.

«Me oculta algo», pensó Anna, sintiéndose cada vez más perpleja.

Al final, con mucha seriedad, Stephen tomó la mano de su madre y como si quisiera consolarla, empezó a acariciarla mientras decía:

-No quiero que te preocupes, porque entonces se preocupa papá. Te prometo que no volveré a tener mal genio, pero tú me tienes que prometer que no estarás preocupada.

Y a pesar de lo absurdo de la situación, Anna se oyó decir:

-Muy bien, Stephen. Te lo prometo.

El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora